Dios, comunidad de vida en plenitud

Georgina Zubiría Maqueo

El autor del primer capítulo del Génesis nos dice que Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y hembra les creó. (Gn 1, 27)

Si cerramos los ojos y dejamos pasar las imágenes que vienen cuando escuchamos la palabra Dios, seguramente recordaremos muchas obras de arte religioso o, simplemente, las re-presentaciones de Dios a las que nos habituamos desde la infancia.

Es necesario decir con gratitud que Dios es mucho mayor que nuestras palabras o representaciones y confesar, como san Agustín, que está más cerca y más dentro que nuestra propia intimidad. Reconocer que Dios está dentro, en nuestro interior, nos lleva a celebrarle como don y como tarea en la búsqueda incansable de sentido, como oportunidad y como desafío para las relaciones humanas en este mundo nuestro tan herido y dividido. Que Dios está cerca es un don que nos invita a buscarle en la gente próxima-prójima con la que nos encontramos cada día. En ella sale a nuestro encuentro, nos interpela, se nos entrega. Que Dios es Mayor nos obliga a callar ante el misterio y a recibirle así, con alegría, porque siempre puede sorprendernos con su novedad.

Al acoger el citado verso del Génesis, confesamos que Dios crea, re-produce y re-conoce su imagen en el ser humano genérico. Algo de muy bueno y de muy bello hay en nuestra humanidad que Dios la bendice y la celebra. Pero Dios no sólo se hace presente en lo común del ser humano sino que, según nos dice la Biblia, Dios reconoce su imagen en la diferencia: hombre y hembra les creó. ¡Cuántas veces hemos hecho de la diferencia una amenaza! ¡Cuántas veces hemos presionado en favor de la uniformidad que anula la riqueza de lo distinto! Más aún, Dios reconoce su imagen en el conjunto de todo lo creado, en la riqueza de la diversidad, en la vida que avanza y recorre sus ritmos, sus etapas, sus ciclos infinitos. Cada partícula del cosmos, engarzada con otras y sin exclusión es, en su conjunto, sacramento vivo de Dios.

Nuestra experiencia: reflejo de Dios

En los manuales catequéticos que estudiamos hace algunos años nos enseñaron que “hay un solo Dios en tres personas distintas”, es decir, que Dios es Uno y Trino. Ciertamente ésta es una confesión de fe difícil de comprender y de explicar. Pero, ¿Qué tal si recordamos alguna experiencia de intensa amistad y vemos reflejada ahí la imagen de Dios-Comunión? ¿Qué tal si revivimos algún momento de encuentro y de compartir con otras y otros, momento de gustar un mismo sentir y un actuar común y sentimos ahí la vida que Dios nos da? ¿Qué tal si sentimos en nuestros cuerpos la armonía vivificadora del universo, de la luna y el mar, del aire y la tierra, del fuego y el sol, de los bosques y montañas, de las niñas y niños, de la gente común, de la gente que vive, que busca, que ama, que desea y percibimos ahí la presencia amorosa de Dios?

Dios: comunión de personas

Para hablar de Dios Uno y Trino me ayuda tomar como punto de partida una metáfora, una imagen. Yo veo a la Trinidad como “Comunidad de vida en plenitud”. Hacerlo así me impulsa a recibirla agradecidamente como don gratuito y me invita a comprometerme con Ella en su Ser y en su proyecto, como posibilidad de realización y como horizonte de sentido para mí, para nuestro mundo, para nuestra historia, para éste, nuestro planeta, tan lleno de posibilidades y tan maltratado por el irracional deseo de dominio.

Identifico a la primera persona con la plenitud, es decir, con el origen y fundamento y, al mismo tiempo, con el fin último de la existencia y de la creación. A Jesús, el Hijo, lo identifico con la Vida como compañera nutriente y dadora de sentido y orientación en nuestra vida personal y corporativa dentro de la historia, vida que es anticipo cierto del futuro de la creación en Dios. Finalmente, veo al Espíritu como comunión, como fuente de relaciones solidarias, como vínculo creador de redes, como fuego que fusiona intereses y los congrega en el proyecto totalizante de Dios para la humanidad.

Dios: sentido y horizonte, proyecto y camino, promesa realizada

En nuestro mundo herido por la injusticia, la exclusión, la indiferencia y la falta de sentido, Dios, Comunidad de vida en plenitud, se nos ofrece como horizonte de nuestra vida, como modelo de convivencia, como proyecto de trabajo, como referencia para una ética capaz de dinamizar lo mejor de lo humano y de activar la creatividad, la fortaleza y la generosidad que hoy requieren los nuevos proyectos de trabajo en favor de la vida humana y de nuestro planeta.

Sabemos que la Trinidad es una realidad esencialmente relacional. Las tres Personas divinas constituyen una comunidad de diferentes, donde cada una pide y hace posible que la otra descubra y dé lo mejor de sí misma, en radical oposición a la competencia que aniquila. Solidarias entre sí, viven sus relaciones en igualdad, colaboración y equidad y comparten la riqueza de la pluralidad. Lo que a una afecta, afecta a todas.

Las tres personas distintas comparten y participan de un único proyecto común: la vida y vida en abundancia para la humanidad entera que habita la creación. Proyecto común que nos ofrecen, sin imponer, como sentido y misión última de la existencia. Comprometida con la creación entera, la comunidad de Personas divinas irrumpe en la historia para incluirnos e incorporarnos en su proyecto hasta que lleguemos todas, todos, todo, a ser uno en Dios. Así manifiesta su amor necio, insistente, ilimitado. Así nos llama y nos invita a amar en reciprocidad, a compartir su proyecto, a hacer nuestro su deseo.

A través de una cadena de mujeres y hombres de fe que se hermanan entre sí, Dios actúa y participa en la historia. En ellas y ellos, Dios dice su palabra, co-padece con sus criaturas, se con-mueve con sus gozos y con sus sufrimientos y vuelca su corazón hacia sus criaturas. De manera particular hacia quienes sufren miseria, hacia quienes mueren de manera violenta o progresiva como consecuencia de la injusticia y de la ambición de unos cuántos. A través de la ternura humana, Dios derrama su amor en sus hijos y sus hijas que mueren prematuramente en sus ideales, en su sentido y en sus deseos por imposición de sistemas y estructuras opresoras.

Su fidelidad inagotable, su amor obcecado y su dolor por los dolores y las muertes del mundo, llevan a la Trinidad a enviar a Jesús para mostrarnos un camino alternativo, para ofrecernos una real oferta de humanidad nueva y de nueva sociedad, para hacernos hermanas y hermanos realizando nuestra pertenencia común a Dios.

En Jesús, en su identificación con las mayorías empobrecidas, en su asesinato como consecuencia de su fe y de su trabajo en favor de la vida, en su experiencia de impotencia y de abandono ante la muerte, en su solidaridad desmedida con el sufrimiento humano, descubrimos la fuerza escandalosa del mal y reconocemos la incuestionable opción de Dios en favor de las víctimas, en favor de quienes sufren la negación de sus derechos humanos, en favor de quienes mueren injustamente.

Esta opción amorosa de Dios nos aproxima de manera privilegiada al acontecimiento pascual: la muerte y la resurrección de Jesús. Ahí nos revela la solidaridad incondicional y extrema de Dios con lo humano más vulnerable y ahí, también, se reconoce la apertura irreversible de la historia a la plenitud de vida en comunión. Donde parecía que no había nada que hacer, donde parecía que la muerte había vencido, donde parecía que el mal tenía la última palabra, ahí, y justamente ahí, surge la vida definitiva.

A partir de la resurrección Dios, Comunidad de vida en plenitud, se ofrece como realidad abierta para incorporar en ella a la humanidad y a la creación entera. A pesar de y contando con nuestra inconsistencia y debilidad, Ella apuesta a nuestro favor, Ella cree en nuestra capacidad de amar solidariamente, Ella se nos ofrece como fuerza vital que empuja siempre hacia la vida. La Ruah, su Espíritu, se nos da como garantía y como condición de posibilidad de nuestra incorporación en Dios.

La comunión humana, imagen viva de Dios

Dios, habitante de nuestra humanidad, nos habilita para reconocer su imagen viva tanto en lo cotidiano, en lo sencillo y lo pequeño de cada día, como en lo extraordinario y sorprendente del acontecer humano.

No dejo de admirarme cuando, en las fiestas de los pobres, quedan “doce canastos” llenos para seguir compartiendo. La comida se multiplica porque cada quien ha dividido lo suyo; así, a nadie le falta. Se comparte plenamente el pan, la fiesta y el gozo para historizar la comunión y esto, sin duda, genera vida.

Sólo cabe guardar silencio reverente cuando, en los hospitales públicos las personas enfermas se solidarizan para ayudarse a vivir con aliento, cuando sus familiares se desvelan y se relevan para no dejar a sus enfermos solos, cuando se prestan sus pases, sus tarjetas de teléfonos, sus amistades. Ahí también, en medio del dolor, la angustia, la enfermedad, Dios comunidad genera signos de vida que perduran en el tiempo hasta la plenitud.

En el archivo de recuerdos y de experiencias que guardamos en el corazón podemos encontrar imágenes que nos revelan a Dios como Comunidad de vida en plenitud. A mí en este momento se me vienen tres: la primera es la de un grupo de mujeres indígenas, mestizas y blancas, laicas y religiosas, que trabajan en Chiapas en la defensa del derecho a la vida digna de las mujeres de la región; la segunda, son las voces, las manos, la mirada de niñas y niños que con sus gestos, sus nombres y su palabra promueven la transformación de su entorno familiar y social; en la tercera imagen veo a una familia que celebra y agradece muchos años de vida compartida, de fidelidad trabajada en los gozos y en las dificultades, de permanencia en el dolor y la fiesta. ¿Qué imágenes guardas tú en los archivos de tu corazón?

También, en el archivo de nuestra imaginación, guardamos nuestros deseos más profundos, deseos que, de alguna manera encuentran eco y resonancia en la Plenitud de Vida en Común. ¿Puedes nombrar tus deseos? ¿Ponerles imágenes? ¿Qué ves? ¿Cómo ves la imagen divina ahí?

Para la reflexión:

  • ¿Has vivido momentos de Plenitud de Vida en Comunión? Revívelos y señala aquello que te habla de Dios.
  • ¿Con qué gestos, signos, palabras o acciones puedes generar momentos de vida plena en comunión?
  • ¿Qué imágenes y/o metáforas te ayudan a reconocer a Dios?

Te recomendamos, para seguir profundizando:

José María Castillo. (2001). Dios y la felicidad. Bilbao: DDB.
José Luis Caravias. (1992). El Dios de Jesús. México: CRT.
Isabel Gómez-Acebo. (Ed.). (2001). Así vemos a Dios. Bilbao: DDB.
Sallie McFague. (1994). Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear. Santander: Sal Terrae.

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