Ignacio de Loyola fue alguien que buscó honestamente seguir los deseos más profundos de su corazón. Fue necesario encontrarse consigo en la soledad, el dolor, el sin sentido, reconocer búsquedas equivocadas y errores, para reconocer los diversos movimientos internos que lo llevaban a distintos caminos: unos a paz, alegría, aceptación, armonía, realización, y otros a lo contrario.
De esta experiencia de vida surgen los Ejercicios Espirituales y el discernimiento ignaciano, pero sobre todo surge una historia de sintonía con la voluntad de Dios que le permitió ser instrumento de Él, para su época y para la historia.
Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús en 1540 con nueve compañeros, mediante la experiencia de los ejercicios espirituales. Desde entonces, muchos hombres de todo el mundo, a lo largo de 460 años, se han sentido llamados a continuar como religiosos la tarea de Jesús: comunicar que Dios es Padre, instaurando un reino de hermanos bajo el impulso del Espíritu.
Con la espiritualidad ignaciana muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia han tenido un medio de encuentro con Dios y al igual que Ignacio se preguntan “¿qué debo hacer por Cristo?”.