Ayudar a los jóvenes en la búsqueda del sentido de la vida

Guillermo Prieto Salinas s.j.

Coordinador de formación en el Instituto de Ciencias, colegio jesuita en Guadalajara

Hablar de “los jóvenes” es algo complicado, porque no existe una definición consensuada de quiénes son o los rasgos que los definen. Sin embargo hay algunas características comunes que la cultura dominante va imprimiendo en la mayoría de ellos y sobre esto trataré de compartir.

Otro dato a considerar es que lo que aquí se diga puede ser localista y pasajero: primero, porque mi mundo de relación con los jóvenes se reduce, en los últimos dos años, a mi trato con jóvenes del Instituto de Ciencias de Guadalajara y, segundo, porque las generaciones cambian demasiado rápido.

Así que, sin pretensiones de generalizar o abarcar toda la gama de jóvenes ni de ser una autoridad que dictamine, trataré de compartir algunas reflexiones personales que han surgido de pláticas, retiros, misiones y talleres que jóvenes de entre 15 y 18 años de edad han compartido conmigo. Espero que estas reflexiones se multipliquen en cada uno de los lectores y les ayuden a buscar pistas de acción.

También describiré notas características de un contexto en el que muchos de nuestros jóvenes están inmersos.

Hijos de la crisis y la cultura del miedo

Todos nuestros jóvenes menores de 20 años han crecido en un México en constante crisis. El discurso que les ha tocado escuchar, tanto en las noticias como en su hogar, habla de desempleo, limitaciones, inflación, pobreza, etcétera.

Aunado a la crisis económica, a los jóvenes de hoy se les ha educado, o mal educado, en una “cultura del miedo”[*] transmitida por nuestros vecinos del norte a través del cine, las revistas, los programas de televisión y asimilada por algunos adultos como muy nuestra.

A los jóvenes les hemos metido tantos miedos: a los asaltos, los secuestros, el terrorismo, el SIDA, la contaminación, el sol que produce cáncer, los alimentos que engordan, a lo diferente, a tantas cosas…

Entre estos veo dos miedos que les impiden ver y asumir el sentido de su vida, más que los demás. El primero es el de ser “loser” (perdedor); esta palabra tan usada por los jóvenes parece ofenderles más que cualquier otra. Hay una enorme presión por no equivocarse que los paraliza: “prefiero no decir qué sentido tiene mi vida para que no me digan si voy bien o mal”, “prefiero vivir en el hoy para no sentir que estropeo mi futuro”.

El segundo es el miedo a ser, crecer o envejecer. En esta cultura en la que verse eternamente joven es imperativo y ser viejo pareciera no tener valor, es difícil querer tomar decisiones, madurar (con la connotación negativa que puede tener la palabra) y asumir que mi vida tiene un para qué.

Tantos miedos y la eterna crisis han hecho que muchos jóvenes crezcan con demasiadas inseguridades, creyendo que no tienen las herramientas para poder enfrentar responsabilidades, que no vale la pena buscarle sentido a su vida, pues no podrán alcanzarlo.

El desvanecimiento de las instituciones

La familia es una de las instituciones que ha sufrido más distorsiones en su imagen. Con padres y madres trabajadores de tiempo completo, debido a la situación económica tan difícil, las imágenes paternas y maternas se ven desdibujadas desde la mirada de los hijos. Algunos no conocen ni se sienten conocidos por su familia. Son personas que comparten, además del apellido, la casa pero no el tiempo, los sueños, la vida.

El número creciente de parejas separadas o divorciadas obliga a los jóvenes a cuestionarse el valor del matrimonio y su deseo de llegar a ser madres o padres algún día. He escuchado a jóvenes que al pasar a la preparatoria son “informados” por sus papás de que van a divorciarse “porque hace tiempo que ya no se quieren” y ahora que ellos son maduros podrán entenderlo bien. Estas “verdades” producen, además de mucho dolor, inseguridad en los valores que se les dijo eran fundantes en su vida, como el amor, la familia, la entrega.

Otras instituciones que han perdido casi todo el valor para los jóvenes son los partidos políticos y el gobierno, a los que perciben por completo alejados de sus funciones originales. No se sienten representados ni confían en ningún partido, piensan que no hay sueño compartido, sólo intereses personales. Lo comunitario en estas instituciones pasa a segundo o tercer plano, quitándole todo valor.

También ha disminuido la valoración de las instituciones educativas. Muchos de mis alumnos creen que pueden aprender más por su cuenta, por la Internet, en la práctica, que en el colegio o la universidad. Consideran que la importancia del título o “papelito” en el mundo laboral es lo que los tiene estudiando, no el deseo de aprender.

La iglesia, según algunos jóvenes, se quedó estancada en el pasado, no sienten que los acompañe; sus ritos no les dicen nada, no la entienden y se esfuerzan poco por conocerla.

Para la mayoría de ellos no hay instituciones que los refugien, se sienten solos frente a su vida, frente a su realidad.

Esta desilusión y cuestionamiento de los valores que las instituciones representaban en el pasado se debe a una brecha gigantesca entre el discurso y la praxis. Se sigue proclamando el “deber ser” de hace años, pero pocas veces se practica. Como ejemplo tenemos que el discurso moral y religioso de los padres no ha cambiado, y algunos pretenden reproducirlo sin darse cuenta de que ellos no validan con sus acciones eso que quieren imponer.

Mundos paralelos

Ante una realidad para algunos agresiva y para otros desmotivante, los jóvenes van buscando alternativas.

El grupo de amigos se convierte en “familia”, con ellos se sienten escuchados, comprendidos, acompañados; con ellos pasan la mayor parte del tiempo y aprenden de la vida.

Las plazas comerciales se han convertido en su mundo controlado, pareciera que ahí encuentran todo lo que necesitan sin tener que salir al mundo exterior. En ellas pueden pasarse horas enteras y ni siquiera el clima los afecta.

Otro mundo en el que pretenden ser lo que siempre han querido es el Chat; ahí disfrazan sus inseguridades o miedos, pueden simular ser alguien más con otra personalidad, físico, edad, o sexo. Es un vivir engañando y sabiendo que te engañan, pues nadie sabe quién eres.

El messenger es otra forma de esconderse, a través de la computadora, los jóvenes comunican sus verdaderos sentimientos escudados en que el otro no los ve. Me impresiona mucho que alumnos que veo todos los días no se atrevan a platicarme en persona lo que me comunican escondidos tras el monitor.

En extremos se elige el alcohol o las drogas para crear momentos de “olvido” o despreocupación por vidas, a su manera de ver, demasiado complejas.

Todos estos mundos paralelos son irreales, el placer que les producen es temporal y no llena necesidades reales ni los proyecta en ningún sentido.

Hay algunas luces en el camino

Pero no todo son mundos paralelos, también hay deseos de enfrentar la realidad y transformarla: después de impartir junto al equipo de formación de preparatoria cerca de 21 retiros a más de 600 jóvenes en los que la temática a reflexionar es lo que San Ignacio llama “Principio y Fundamento”, he descubierto que es falso el discurso de que los jóvenes de hoy no tienen valores que le den sentido a su vida. En varias dinámicas los invitamos a reflexionar sobre “lo no negociable en su vida”, aquello que les responde a la pregunta “¿qué le da sentido a tu vida?” Los resultados en todos los participantes son muy similares: aceptan creer que el amor, la entrega a los demás, la igualdad, la tolerancia, la libertad, la justicia, la fe, la familia, le dan sentido a su vida.

Sí, aunque parezca increíble, estos jóvenes siguen creyendo y luchando por muchas cosas que nunca han vivido plenamente.

Hay jóvenes que se arriesgan, que se internan en caminos desconocidos, prueba de esto es que algunos se van de voluntarios a trabajar por los más necesitados o como misioneros, mientras que otros buscan el sentido en el servicio social. También es justo decir que muchos aún no saben cómo van a aterrizar algo que sienten tan abstracto o lejano, pero uno de sus más grandes deseos es aprender a vivir de acuerdo a eso que los mueve. Una alumna me decía: “me siento perdida en una oscuridad, sé que llevo lo necesario para el camino, para ser feliz y hacer felices a los que me rodean, pero no sé por donde ir”.

Ser acompañantes en esta búsqueda…

Los adultos podemos decir que la edad y las experiencias nos han dado muchas herramientas para enfrentar al mundo, somos “sobrevivientes”; pero tenemos que reconocer que no podemos decirles a los jóvenes por dónde caminar, porque nuestro camino fue distinto, el mundo, el contexto, eran muy diferentes.

Debemos aceptar que no tenemos todas las respuestas, que nuestra función es ir caminando con ellos y redescubrir juntos el sentido de la vida. Lo que nos sirvió puede darles pistas a los jóvenes, pero no son “recetas”, no podemos pretender clonarnos en los hijos.

Lo que le dio sentido a nuestra vida durante la juventud, y le sigue dando, muy probablemente será lo mismo que le dará sentido a la de los jóvenes, pero no se puede imponer. Habrá que mostrar que eso que le da sentido a nuestra vida: el amor, la fe, el servicio, nos produce y hace irradiar vida; recordemos que “las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”.

No dejemos que el miedo se apodere de nosotros ni lo heredemos a los jóvenes. Recordemos que una de las frases más repetidas en los labios de Jesús, según los evangelistas, es “no teman”. El miedo es lo contrario de la fe.

La autoestima de muchos jóvenes está muy lastimada, pero darles seguridad es mucho más fácil de lo que creemos. A veces basta con escucharlos y demostrarles que sus ideas valen. Habrá casos más complicados en los que nuestra compañía no es suficiente y será necesario buscar ayuda profesional para que rompan con ataduras que los anclan.

Sin afán de concluir sino de dejar abiertas mil reflexiones, termino con una frase de Viktor Frankl, que a través de mi experiencia con los jóvenes he podido comprobar:

“…llegué a comprender que el primordial hecho antropológico humano es estar siempre dirigido o apuntado hacia algo o alguien distinto de uno mismo: hacia un sentido que cumplir u otro ser humano que encontrar, una causa a la cual servir o una persona a la cual amar”.

Para saber más

Conferencia de José Leonardo Rincón s.j. en “Rasgos fenomenológicos de nuestros jóvenes estudiantes”.http://www.acodesi.org.co/doc1.html

Frankl, V. (1991). El Hombre en busca de sentido. Barcelona, Editorial Herder.

[*] Para ilustrar la definición de cultura del miedo les recomiendo ver la película documental “Bowling for Columbine”, que recibió el Oscar al mejor documental en 2003.

SUMARIO

Producto de pláticas con varios jóvenes, las reflexiones de este artículo nos llevan a dar respuesta a la pregunta del título a través de conocer el contexto de algunos jóvenes mexicanos, de ver ejemplos de luces y de vislumbrar posibles formas de acompañarlos en esta búsqueda.

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