Wanda Rodríguez Mangual
Psicopedagoga Profesora de psicología pastoral; coordinadora del Dpto de Desarrollo Humano en el Seminario de Misiones Extranjeras de los Misioneros de Guadalupe en el D.F.
Tenemos diferentes imágenes de Dios que no siempre responden al Dios que Jesús nos reveló. Existe la imagen del Dios que nos da su amor condicionado: Si me porto bien y cumplo los mandamientos, entonces Dios me ayuda y me ama. También está la imagen del Dios exigente, perfeccionista, el Dios vengativo, castigador; el Dios que pide sumisión irracional, el resuélvelo todo, el controlador… La lista es inmensa. Estas imágenes de Dios dañan y afectan la vida en todas sus dimensiones (personal, familiar, social, espiritual). Detrás de estas imágenes se encuentran creencias religiosas a las que llamo creencias tóxicas, porque envenenan la mente y el corazón y no nos dejan madurar, ni a nivel humano ni espiritual. Estas creencias tóxicas pueden generar personalidades dependientes y sumisas, neuróticas y ansiosas, miedosas y pasivas; o bien personalidades agresivas, dominantes, vengativas, controladoras. Son el reflejo de una imagen distorsionada de Dios y como dicen los hermanos Linn, nos llegamos a parecer al Dios que adoramos.[1] Esta distorsión es el resultado, muchas veces, de una educación rigurosa y moralista producto de una espiritualidad que coloca a la perfección como el ideal de todo cristiano y el menosprecio del cuerpo y control absoluto de las pasiones como las armas para alcanzar tal perfección.[2]
Las personas más propensas a mostrar esta clase de creencias tóxicas son aquellas que han sufrido experiencias traumáticas que no han superado, las que provienen de familias disfuncionales, las que tienen muy baja autoestima, o las que son extremadamente tímidas. Tienen como característica común el tratar de evadir la realidad y la responsabilidad de la vida. Entre las conductas que se observan en las personas que tienen este tipo de creencias se encuentran la actividad religiosa compulsiva, la pasividad ante la vida y la intolerancia extrema tanto en opiniones como en formas de expresar la fe. Estas creencias religiosas generan una fe tóxica o insana porque nos alejan del Dios de Jesús y pueden favorecer la adicción religiosa y el abuso espiritual. [3]
¿Qué es la adicción religiosa y el abuso espiritual? Primero expliquemos lo que es la adicción y el abuso en general. La adicción es una dependencia a cualquier sustancia o proceso (alcohol, drogas, comida, sexo, etc.) que utilizamos para escapar de una realidad interna o externa que nos resulta dolorosa e insoportable. La adicción nos ayuda a escapar,[4] se vuelve el centro de la vida y desplaza al Yo más profundo. Cuando somos adictos a algo, nos hacemos vulnerables a la manipulación. Porque si dependo compulsivamente de algo que otra persona puede ofrecerme, puede manipularme. En eso consiste el abuso: Es toda situación donde una persona que tiene poder (llámese dinero, conocimiento, autoridad, influencias, etc.) priva de la libertad a otra, la usa o daña, física o emocionalmente.
Cuando hablo de adicción religiosa y de abuso espiritual, hago referencia al poder que tiene la religión para convertirse en adicción y para manipular. Como dicen los Hermanos Linn:
Podemos utilizar la religión o aspectos religiosos exactamente de la misma forma en que usamos drogas o alcohol, para escapar de la realidad interior.[5]
Expliquemos cómo puede suceder esto. El ser humano tiene unas necesidades fundamentales y en la medida que trabaja para satisfacerlas, crece y se desarrolla. Entre las necesidades fundamentales está la seguridad, reconocimiento, sentido de pertenencia y la búsqueda del sentido último de la vida. La religión responde a estas demandas por dos razones fundamentales. Primero, porque las organizaciones religiosas tienen la capacidad de ser generadoras de satisfactores (recompensas): Liderazgo, poder, reconocimiento, estatus, compañía, actividades recreativas, sentido de la vida, etc.[6] Todos elementos importantes y necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. Segundo, porque la religión se organiza alrededor de un conjunto de creencias, normas y rituales que se constituyen en un sistema bien integrado de significados que dan respuesta al misterio de la existencia e indigencia humana desde el ámbito de lo sagrado.[7] De aquí extrae su fuerza y autoridad. Este sistema de significados, que a su vez genera satisfactores, promueve patrones de conductas y de sentimientos que son productos de las creencias que lo sostienen. Estos sistemas se transmiten a través del catecismo, devocionarios, homilías, documentos eclesiales, etc. y se van convirtiendo en los marcos de referencia que brindan al creyente, coherencia, satisfacción y sentido último de la existencia.
El creyente adulto que va creciendo y madurando en autonomía y capacidad reflexiva, vive su religión y su fe tomando en cuenta este sistema de creencias pero los asume desde la libertad que da el discernimiento, el juicio crítico y el mismo proceso de desarrollo psicológico. Cuando el creyente se aferra a estos sistemas de creencias como los únicos, cuando no es capaz de confrontarlos con la vida y de cuestionarlos y cuestionarse; cuando mantiene una actitud infantil, pasiva, acrítica y dependiente hacia esos puntos de referencia y a la institución que los representa, está renunciando a una parte central de sí mismo: A su propio YO. Está renunciando a su libertad y a su derecho de dialogar e interpelar.[8] Ya no piensa por sí mismo, otros piensan por él. Ese sistema le da seguridad, le da significados, pero no lo ayuda a desarrollarse. La persona se vuelve víctima del abuso espiritual, porque permite que otros (llámese tradición religiosa, institución, ministro, gurú o guía espiritual) le indiquen la manera de llegar a Dios, la forma única de vivir su fe, le señalen cuál es la verdadera espiritualidad. Viven lo que Bonet llama infantilismo eclesial.[9] Podemos entonces definir el abuso espiritual como el hecho de controlar o imponer una forma específica de llegar o tener acceso a Dios y esta forma generalmente es la del ministro, sacerdote o la persona de autoridad en asuntos espirituales.[10] El creyente puede ser víctima de abuso espiritual, pero también puede ser abusivo con él mismo y con otros.
Además del riesgo de ser víctimas del abuso espiritual, el creyente puede correr el riesgo de refugiarse en la religión a manera de adicción. Cuando la persona tiene carencias significativas; cuando tiene una baja autoestima o heridas emocionales sin resolver (como puede ser el abuso sexual, el maltrato físico y/o psicológico) o una incapacidad seria para enfrentarse a los conflictos y retos que la vida presenta, puede buscar en la religión o en actividades religiosas las recompensas o el alivio que no encuentra en su vida cotidiana. Con frecuencia se utilizan las prácticas religiosas para evitar enfrentarse a los aspectos más dolorosos de la vida. Las personas que sufren de adicción religiosa, son propensas a convertirse en víctimas de abuso espiritual.
¿Cómo sanar la adicción religiosa y el abuso espiritual?
El primer paso implica revisar nuestros mapas mentales. Cuando nacemos somos un libro en blanco. Nuestros padres, primero y la familia y los educadores después, escriben en él reglas, valores, formas de expresar sentimientos, formas de ver e interpretar la vida, imágenes de Dios y de la religión. Son elementos que nos ayudan a adaptarnos al mundo en el que nos desenvolvemos. Todo lo que escriben en nuestro libro se convierte en patrones de conducta tanto internos como externos. Se convierten en nuestros mapas mentales, en las guías que nos acompañan siempre y nos dan seguridad. Pero es indispensable revisarlos por varias razones: primero, nosotros vamos cambiando: personalidad, intereses, necesidades, etc. Segundo, la realidad que nos rodea también va cambiando: escuela, amigos, experiencias, las condiciones políticas, económicas y sociales, etc. El mundo cambia y nuestro concepto de Dios y de religión también cambia.
Tercero, no todos los mensajes que recibimos de niños son funcionales o racionales; lo que nos funcionaba de niños no necesariamente nos funcionará de adultos. Mientras más exacto es el mapa de una ciudad más fácil será encontrar lo que busco; mientras más preciso, más efectivo. Para que nuestros mapas nos ayuden a crecer hacia la madurez y plenitud, tienen que estar de acuerdo o ajustarse a nuestra realidad interna y externa.[11]
Revisar los mapas implica un trabajo serio de introspección para descubrir aquellas creencias que hacen daño. Las creencias son los filtros a través de los cuales leemos o interpretamos la realidad. Si nuestras creencias son irracionales, nuestra lectura de la realidad será defectuosa. Si nuestra imagen de Dios es distorsionada, generará creencias erróneas que pueden dañar mi persona, mi vida espiritual y a otros. Por ejemplo, si yo creo que Dios es un policía que me vigila para cacharme en el error y castigarme, entonces puedo creer que todas las cosas malas que me suceden vienen como castigo divino, porque soy una persona pecadora. Voy a vivir mi fe desde el recelo y miedo al castigo y no desde la seguridad de saber que tengo un Dios que me ama, me perdona y que es misericordioso.
Se hace indispensable tomar conciencia y revisar las conductas y sentimientos que hay detrás del abuso espiritual y la adicción religiosa. Detrás de nuestros comportamientos generalmente hay dos ideas que causan daño y que están estrechamente relacionadas: La primera es que existen sentimientos buenos y malos y que los malos hay que esconderlos, reprimirlos, no hay permiso para sentirlos. La segunda es que en la vida hay situaciones dolorosas y conflictivas que tenemos que evitar; hay que buscar lo bueno y placentero y evadir lo negativo. Ambas son creencias irracionales que llevan a la desintegración y que no facilitan el crecimiento en sus diferentes dimensiones. Podríamos sustituir estas dos ideas por otras más positivas. Podríamos reescribir en nuestro mapa las siguientes ideas: 1) Los sentimientos no son buenos o malos, simplemente son, nos indican que algo pasa en nosotros y que debemos buscar en nuestro interior lo que nos quieren decir. No hay que tenerles miedo, hay que darnos permiso para sentirlos, ponerles nombre y descubrir qué nos dicen sobre nosotros mismos. De esta manera sentimientos como el odio, vergüenza o culpa, nos pueden ayudar a conocernos mejor. Dios no nos castiga por sentirlos. Lo que hacemos con ellos es lo que puede hacer daño. 2) No debemos tenerle miedo a las situaciones dolorosas o conflictivas. La vida es en sí misma dualidad. Como dice Ruskan:
El día y la noche de las emociones, lo caliente y lo frío de las relaciones, los altos y bajos de la felicidad, el incesante entrelazamiento de placer y dolor”.[12]
La dualidad forma parte de la naturaleza humana y tenemos que aprender a vivir con ella. Vivir buscando solamente lo placentero evitando el dolor, no conduce a la felicidad. El dolor, las pérdidas y los conflictos son parte de la vida e indispensables para crecer y madurar. Hay que aprender a integrar las experiencias dolorosas procesándolas.
Tomar conciencia de las imágenes distorsionadas que tenemos de Dios y de las creencias tóxicas que las sostienen, aceptar los sentimientos, reconocer la dualidad de la vida integrándola a la experiencia cotidiana, son elementos que favorecen el crecimiento y la madurez y nos permiten vivir en equilibrio. Si los incorporamos a nuestra forma de interpretar la vida y vivir la fe, tendremos más herramientas para combatir el abuso espiritual y la adicción religiosa. Podremos construir una imagen de Dios más acorde al Dios de Jesús. Un Dios misericordioso, que toma la iniciativa y nos ama primero y nos ama tal como somos. Estaremos más aptos para vivir una espiritualidad que nos ayude a procesar la vida. Una espiritualidad que nos ayude a comprender que en la Buena Noticia del Reino descubrimos el lugar donde el ser humano puede ser completamente él mismo, no necesita renunciar ni a sus sentimientos, ni a su personalidad.[13]
Podemos romper el círculo de la adicción y del abuso espiritual. Necesitamos valorarnos y aceptarnos como somos. Reconocer nuestras cualidades y limitaciones. Si confiamos en nosotros mismos estaremos más dispuestos a manejar nuestros sentimientos, tomar conciencia de lo que nos sucede, integrar las experiencias dolorosas y a entrar dentro de nosotros para revisar nuestros mapas mentales. Si comenzamos a trabajar en esa dirección, empezaremos a vivir la vida de manera más saludable. Crecer y madurar es un proceso que nunca termina, estamos en proceso de ser personas hasta la muerte. Todavía tenemos oportunidad de cambiar… somos responsables de nosotros mismos.
Preguntas para la reflexión:
- ¿Podrías identificar algunas imágenes que tienes de Dios? ¿Cómo es tu Dios?
- ¿Cómo se traducen en tu vida cotidiana estas imágenes? ¿En qué conductas y actitudes concretas?
- ¿Integras las experiencias dolorosas o vives como si no pasara nada?
- ¿Eres capaz de perdonarte, te valoras, confías en ti misma (o)?
Lecturas recomendadas:
- Linn, Dennis y otros. (1995). Las buenas cabras, cómo sanar nuestra imagen de Dios. México: Patria.
- Linn, Matthew y otros. (1997). Sanando el abuso espiritual y la adicción religiosa. Buenos Aires: Lumen, México, 1997.
- Bonet, José-Vicente, Teología del “gusano”, Sal Terrae, España, 2000.
[1] Linn, D., et al, Las buenas cabras, cómo sanar nuestra imagen de Dios, Patria, México, 1995,
p.7
[2] Sobre las diversas corrientes de espiritualidad que han influido en la espiritualidad de los laicos a través de la historia, se puede consultar a Juan Antonio Estrada en La espiritualidad de los laicos, Paulinas, 1994. En los capítulos tres y cuatro hace una síntesis puntual y bastante completa de los diferentes influjos.
[3] Arterburn, S., et al, Toxic Faith, WarerBrook Press, Colorado, 2001, pp. 19-31
[4] Linn, M., et al, Sanando el abuso espiritual y la adicción religiosa, Lumen, México, p. 22
[5] Linn, M., et.al, o.c. p. 23
[6] Rodney, S., et al, “Toward a Theory of Religion: Religious Commitment”, artículo del libro editado por Spilka y McIntosh The Psychology of Religion, Werstview Press, Colorado, 1997. p. 27
[7] Spilka, B., “A General Attribution Theory for the Psychology of Religion”, o.c., p.153
[8] Linn, M., et al, o.c., p.25
[9] Dice Bonet que es una “actitud mental/emocional que mantiene a la persona en un estado de dependencia infantil con respecto al paternalismo autoritario de ciertas figuras, estructuras y enseñanzas de la institución eclesiástica y de sus representantes”. Bonet J.V., Teología del “gusano”, Sal Terrae, Santander, 1994, p. 60
[10] Linn, M., et al, o.c., p. 24
[11] Peck, S., La nueva Psicología del amor, Emecé, Buenos Aires, p. 45
[12] Ruskan, J., Autoterapia emocional, Océano, México, 1998, p. 54.
[13] Peter R., La imperfección en el Evangelio, Lupus Inquisitor, México, 2000, pág. 46.