Noticias del Purgatorio

Por: Miguel Romero Pérez S.J.

Pareciera que para un predicador, el momento menos oportuno para mencionar, micrófono en
mano, la palabra “purgatorio” sería durante una Misa exequial. Ahí están los dolientes sacudidos
por la muerte de su ser querido, perplejos por la imposibilidad de describir o atisbar siquiera qué
pasa en este momento con aquella persona que pocas horas antes respiraba como nosotros, pero
cuya realidad actual está cubierta por velos densos y opacos. Ahí están los restos descoloridos e
inexpresivos del difunto, que fungen como interrogación punzante a los presentes, sin aportar
ninguna respuesta.

Hablar entonces del purgatorio, con los esquemas que hemos forjado en la imaginación colectiva,
parece una grave impertinencia que, insensible a lo que viven los familiares y amigos, viene sólo a
ahondar el dolor con sofocos trascendentes. Para el predicador es más fácil decir (no sé con qué
derecho) frases como “ya está con Dios”, “ya resucitó”… Con eso queda tranquilo él, sobre todo si
cree trasmitirles consuelo a los deudos llorosos. Pero ellos suelen seguir sumidos en el mismísimo
dolor previo. Cuando uno pierde a alguien querido no hay frases mágicas que consuelen de raíz.
Algunas fórmulas que se usan para dar el pésame suelen, al contrario, ahondar más el dolor al
comunicar a la persona llorosa, que además de cargar con la tristeza, debe reconocerse incapaz de
entender bien las cosas, o debe obligarse a estar conforme porque hay gente que sufre más que
ella…

Un buen abrazo, estrecho, silencioso, pausado, sentido, puede confortar más que muchas frases y
discursos. Sin embargo, llegan buenas noticias del purgatorio que pueden significar un motivo de
consuelo para los que nos quedamos con la sensación de mutilados físicamente cuando se nos
muere alguien. Y llegan de quien no lo ha visitado porque, anciano y retirado, vive aún entre
nosotros: es Benedicto XVI. Teólogo de vocación y magnífico Papa de refilón. Ha escrito cosas muy
hermosas, por ejemplo esas joyas para la historia de la Cristología que enseñarán a muchas
generaciones a acercarse con la mente y el corazón a Jesús, el Nazareno. Pero existe además un
escrito suyo del 2007 que ilumina el asunto del purgatorio: la encíclica Spe salvi,

Salvados por la esperanza. Su tema es precisamente la virtud de la esperanza y lo trata con un
rigor que hace pensar que su autor, más que Papa, es un gran profesor. Hacia el final de la carta se
asoma al purgatorio, y ayuda a que el lector también eche un ojo a aquellas regiones misteriosas.
Muy lejos de presentarlo como un lugar de castigo, donde hemos de “pagar las que le debemos a
Dios”, lo describe como un encuentro amoroso, como el abrazo con que Cristo nos reconcilia con
el Padre.

Una concepción así, que no habla de saldar deudas, ni de un “olvídate, aquí no pasó nada” que
banalizaría nuestra historia personal, como si no tuviera ninguna importancia, es una buena
noticia que puede aludirse con ánimo de consolar a quien se pregunta por la situación de su ser
querido. Quien nos abre el camino a la vida que no se acaba es Jesús, el resucitado, nos abre la
entrada a la Casa definitiva con un abrazo. De esto sí es oportuno hablar en las exequias. Quizá por
eso el mejor pésame que podemos ofrecer a alguien es el calor de un abrazo que vagamente
represente el purgatorio: el abrazo con que Jesús está acogiendo amorosamente la historia
completa de la persona que ya ha sido llamada de esta vida.

(Las imágenes religiosas, o casi todas, se quedan rabonas. Pero entre las dos que inserté en este
escrito escojo sin dudar la segunda para ilustrar mi idea de purgatorio, como esa realidad que nos
puede dar aliento ante la separación de la muerte).

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