Jesús Vergara Aceves, sj.
Jesuita mexicano, doctor en teología, profesor del ITESO y director de ejercicios.
La propuesta espiritual de San Ignacio de Loyola integra todas las dimensiones de la persona humana y termina con la división entre cuerpo y alma, espiritual y material.
El autor aplica esta visión integral al momento actual de México, especialmente al hecho de que, como mexicanos, vivimos entre legalidad e ilegalidad.
Introducción
Con la parábola oriental del tiro con el arco, presento el núcleo de este artículo.
En las artes marciales de oriente, no se pretende, como en el deporte occidental, batir un récord. Tampoco se empeña en atinar con el blanco. Su propósito es otro: integrar el cuerpo y la mente del que dispara, con su mundo. Se da en el blanco, como resultado de unidad con el todo, cuando no hay obsesión por acertar a toda costa. El objetivo del ejercicio no está sólo fuera sino dentro y fuera del mismo tirador. El tiro al blanco es un camino para vencerse a sí mismo, para controlarse e integrarse con el mundo, para saber vivir lo justo y afrontar la vida y la muerte.
Significado ignaciano: todo el hombre en todo su horizonte
También para S. Ignacio, la realización del fin del hombre se da como respuesta y resultado de la ordenación de todo el hombre. Podrá alcanzar su fin si se compone todo él dentro del horizonte último de su vida y se deja llevar por la fuerza interior –divina- que lo conduce.
Cada uno de los Ejercicios Espirituales ignacianos comienza ubicando al ejercitante en esa disposición de completa apertura, presencia y entrega totales. Siempre se comienza con cuatro preámbulos, por este orden:
- Colocarse en el horizonte de fe: la gloria de Dios en toda su creación (Principio y fundamento, repetido en cada Oración Preparatoria).
- La historia, como actualización de unos sucesos del pasado, ubicados en ese horizonte de fe.
- Componerse uno mismo, colocarse en un lugar determinado de este presente, y afrontar la interpelación de la propia historia y de este momento, en el mismo horizonte.
- Expresar brevemente la intención que se pretende, “pedir lo que el hombre quiere y desea”, desde el fondo de la propia existencia.
Me referiré, primero, a la dinámica ignaciana que ilustra esta parábola y, segundo, la aplicaré a la necesidad que se tiene de ella en México.
I. EL DINAMISMO IGNACIANO
La doble clave
La dinámica ignaciana de fe cristiana puede interpretarse en dos claves. La primera es la simplemente religiosa. Es la propia de San Ignacio y, todavía, la más socorrida. Muestra con mayor fuerza la Revelación cristiana explícita y su tradición mística. Pero tiene el peligro de quedar reducida a una serie de prácticas religiosas rutinarias, estáticas y externas de menor interioridad y que no comprometen a todo el hombre.
La segunda es la clave simplemente humana, interna y comprometida, abierta sin límites a la trascendencia incluso de la gracia Es muy apta tanto para el encuentro interreligioso y ecuménico como para el diálogo con la laicidad e indiferencia del mundo actual, bien sea en clave de sentido común o de filosofía clásica, como la de Aristóteles, o de filosofía moderna de los valores o en clave de teología trascendental, que tiene muy en cuenta la primera clave, pero se abre a toda la profundidad de la gracia presente e interpela la autenticidad dinámica de todas las dimensiones de la existencia humana.
Como ya se ve por el título y la introducción, he escogido esta segunda clave. El motivo principal es México. La perspectiva religiosa se va retrasando a la marcha del mundo, se ha hecho más repetitiva y menos creativa y, dado el encono del problema del laicismo, se muestra bastante tímida para llevar el anuncio de la buena nueva a los ámbitos seculares de la vida pública. Por otra parte, la espiritualidad ignaciana en perspectiva trascendental puede ayudar mucho a los cristianos mismos y a la evangelización del mundo.
La dinámica ignaciana se refiere a la plenitud de todo el hombre
Llama mucho la atención que la definición que da San Ignacio de los Ejercicios Espirituales, es precisamente algo muy cercano a la parábola oriental del tiro al blanco. Los Ejercicios no pretenden primariamente establecer récord en obtener sólo lo que se proponen, sin relacionarlo con los medios. Al contrario: lo definitivo es la completa integración del hombre en el sentido último de su vida, el cual le condicionará e indicará acertadamente el camino que ha de seguir para realizarlo en plenitud.
“Ejercicios Espirituales para vencer a sí mismo y ordenar su vida, sin determinarse por afición alguna que desordenada sea” (Núm. 21).
Esta expresión es muy cercana a uno de los textos evangélicos preferidos de San Ignacio:
Si alguno quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida la perderá y todo el que pierda su vida por causa de mí y del Evangelio, la salvará. Porque ¿qué aprovechará al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? (Mc. 8:34-36).
Insistiendo en esta pregunta Ignacio ganó a Xavier.
Así pues, las artes marciales de oriente y la dinámica ignaciana en los Ejercicios coinciden en tener una misma finalidad formal: el vencerse a sí mismo, controlarse en verdad y justicia, liberarse de sí mismo de su razón y pasión, para recuperarse en libertad y señorío plenos, y esforzarse porque pueblos y naciones también lleven a término su plenitud humana.
Otra definición ignaciana: en la descripción de la dinámica de los Ejercicios (n.1) dice:
“Porque así como el pasear, caminar y correr se llaman ejercicios corporales, por la misma razón todo modo de preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, una vez quitadas, buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida, para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales”.
Aquí podríamos malentender lo más importante de la dinámica humana, en San Ignacio: la unidad de todo el hombre sin divisiones internas ni preferencias que no sean el bien completo y total del hombre y en el hombre, su fin como realización total en el agradecimiento feliz de poder en todo amar y servir.
El P. Hugo Rahner, al hablar de San Ignacio, repetía una y otra vez que no se podía hablar de él sino en términos de oposiciones dialécticas, esto es, de síntesis de contrarios inseparables, por ejemplo, suma pobreza y suma libertad en la acción apostólica.
Era opuesta a su mística toda posible separación entre Cristo esposo y la Iglesia esposa. En su mente nunca cupo tampoco la separación que se hizo en la Reforma entre iglesia visible e iglesia invisible. Al contrario desde el interior de la iglesia visible, viviendo sus leyes y su misterio de Encarnación, por el discernimiento abrió, para la iglesia, horizontes insospechados: La tiranía se sigue superando por la ley vivida, no sólo en la letra de la ley, aun la revelada, y en su interpretación humana sino también en la fuerza del Espíritu Santo que escribe e imprime su sabiduría en los corazones y los guía. Por ese dinamismo siempre uno y trascendente, fue Ignacio acusado de “alumbrado”, la herejía que sostenía una liberación tan total en el Espíritu, que llevaba a abandonar por completo toda sujeción a la ley. De esto se sigue acusando a los jesuitas.
La enseñanza de la parábola es, pues, muy rica: no se trata en la dinámica ignaciana de ejercitar el cuerpo como los atletas olímpicos, a veces aun con detrimento de su propia realización humana y en verdadera esclavitud. Tampoco del sólo ejercicio mental como tantos científicos y técnicos que se esclavizan a su estricta disciplina, desubicados de sí y de todo horizonte humano más amplio e integrador. Este exceso en ambos extremos, corporales y mentales, está alienando seriamente al hombre actual.
Dinamismo de la realización de todo el hombre
Algunos filósofos, como Aristóteles, nos introducen en forma sintética y trascendental en el proceso ignaciano que luego aplicaré a México.
De las éticas aristotélicas se desprende que el proceso de liberación humana abarca tres fases: la del placer (“Hedoné”) en la que el hombre busca sobre todo ser feliz como un “tirano”, se pasa a la de la obligación de vivir bajo la justicia de la ley (“Spudé”), para llegar finalmente a la sabiduría (Sofía”), un estado de mayor libertad, de interpretación prudente (”epikeía” o epiquía) y más allá de la letra de la ley.
Para comprender mejor esta interpretación sabia de la ley, ayuda pensar en Aristóteles. Recibió de su cultura griega dos notas características: la democracia del ciudadano ateniense y su exquisita racionalidad. La democracia del ciudadano ateniense y su exquisita racionalidad. La democracia entre ciudadanos libres, responsables del bienestar común de la “polis”, es la superación definitiva la “tiranía” del placer egoísta, puramente individual y egocéntrica. La vigencia del capricho desaparece para dar a cada ciudadano lo que le corresponde en justicia como a hombre libre. Pero, por perfecta que sea la redacción inteligente de la letra de la ley, es evidente que no agota la intención sabia de los legisladores. Es imposible abarcar con formulaciones generales las modalidades de los hechos particulares. Tan necesaria es la letra de la ley justa como la sabiduría del legislador. Pero no bastan. A la sabiduría del legislador ha de corresponder la sabia interpretación en el ciudadano, que la aplica a las circunstancias concretas.
Los Ejercicios también desarrollan el triple paso dinámico: de la tiranía, por la legalidad a la sabiduría. Esta dimensión trascendental del hombre, la entiende y propone San Ignacio en clave religiosa, en el lenguaje cristiano de conformarse con Cristo, en las mismas tres etapas, aunque la última la desdoble en otras dos. En el lenguaje de la fe, decimos:
◊ Vía purgativa: de la tiranía del pecado a la conversión a la ley de Dios, o Primera Semana:
◊ Vía iluminativa: de la legalidad, esto es, de la conversión a la Ley de Cristo mismo, hecho ley universal y concreta a la vez, discernido como dinamismo personal y sin límites del amor divino infinito, trascendente y unitivo que conduce a la configuración de cada hombre con Él. (Segunda Semana) y
◊ Vía unitiva: de la decisión de vivir la misma Pascua de Cristo, en su pasión hasta la muerte (Tercera Semana) y en su resurrección (Cuarta Semana) y así, vivir la vida verdadera, en todo amando y sirviendo, como suprema realización del hombre elevado a vivir la vida divina.
II. APORTACIÓN DE LA DINÁMICA IGNACIANA AL PROBLEMA SOCIOCULTURAL MEXICANO
Paso a aplicar esta parábola sobre la dinámica de humanización completa del hombre, tanto a cada uno de los mexicanos como a toda la sociedad que formamos.
Esta dinámica de todo el hombre y todos los hombres es la única que puede resolver los problemas. Desgraciadamente en México los problemas no se resuelven porque falta aquella integración. Al contrario, se enconan cada vez más. ¿Por qué?
Una respuesta sintética que me doy como fruto de años de reflexión, es ésta: la base cultural de toda la nación, tanto de la vida pública como de la privada, es el constante vaivén entre legalidad e ilegalidad.
Esta indefinición perdura hasta el presente. Se remonta a los orígenes mismos de nuestro mestizaje y se empantana definitivamente con la Conquista española. Por parte de los vencidos, ese hábitat se convierte en lugar de supervivencia: tenían que cumplir con lo mínimo de la ley para no ser destruidos, y buscar lo máximo en la ilegalidad para sobrevivir. Se acataba al mínimo la ley y se vivía al máximo fuera de ella. Por parte de los vencedores, el defecto fue triple: codicia, incomprensión e imposición, a pesar de los grandes humanistas españoles que vinieron con los conquistadores.
La codicia y el poder egoísta han dado origen al caciquismo: autoridad autócrata, con conocimiento cercano de los suyos a los que domina y explota pero no destruye, para seguir explotándolos. Esta manera de ejercer la autoridad se ha extendido a las familias, las comunidades y ha llegado hasta los grupos de poder económico y político.
El espectáculo de los partidos políticos actuales, en plena campaña por la grande, es el de un caciquismo lamentable, negado a buscar y encontrar puntos posibles de acuerdo con los adversarios, con miras a ensanchar la vida política. El presidencialismo ha sido la cumbre de este caciquismo miope que mantiene el pantano de la ilegalidad junto a estrechas fajas de tierra firme. La alternancia política actual desplazó por un tiempo al presidencialismo, pero está por verse si de tal manera se le añora que se vuelva pronto a él, dados los resultados del actual Presidente. Pero el verdadero cambio en lo político sólo se da muy lentamente. Y, por otra parte, los grupos de poder económico han cobrado mayor fuerza, dada su alianza con la globalización mundial.
De esta indefinición entre legalidad e ilegalidad, se ha seguido un deterioro mayor: importar códigos jurídicos extranjeros que nada tienen que ver con la índole cultural y con las posibilidades del pueblo: complicar cada vez más las leyes para aplicarlas al antojo y oportunismo del que gobierna; fomentar más en el pueblo la necesidad de vivir en la ilegalidad; y entenderse fuera de la transparencia y de la aplicación de la ley, de manera que nada cambie en el pantano sociocultural. Es obvio que esta manera de vivir subsiste, porque la educación –formal e informal–ha dependido muy celosamente de la autoridad del cacique, para que la gente no cambie, siga dócil al autoritarismo explotador y viva cada vez más en el abstencionismo político, en el desencanto de que esto pueda algún día cambiar, y la despreocupación irresponsable por el bienestar nacional. Para los dominados, es preferible subsistir en la servidumbre a perecer en la valentía de ser libre. Es todo lo opuesto a la dinámica esbozada con las características de la espiritualidad ignaciana.
Se trata, pues, de una oposición radical, en lo más hondo de la base cultural, entre el valor y el anti-valor, entre la realización plena de liberación y señorío que el hombre hace de sí mismo y su mutilación o desvío serviles.
Según prevalezca este valor ético o su anti-valor, en la base cultural, serán las construcciones estructurales (sociales y educativas, políticas, económicas, científicas y técnicas), sean autóctonas o traídas del exterior.
La iglesia católica y todas las asociaciones religiosas son producto de un mensaje religioso sembrado en el mismo surco cultural. Tendrán también que hacer grandes cambios en la base cultural y en todas sus instituciones. La iglesia católica, por causa de la evangelización inculturada y por ser todavía franca mayoría, tiene la formidable responsabilidad de convertirse y cambiar en todas las estructuras de su institución, para poder anunciar creíblemente al país entero este formidable cambio cultural que trae la verdadera Evangelización inculturada de fondo.
El anuncio de la Buena Nueva es lo primordial, la razón de ser de la Iglesia. En términos semejantes lo recordó y remarcó el Papa Paulo VI, al término del Concilio: toda la institución de la iglesia es por la Evangelización. No puede coartar el carisma. Evangelizar no es simplemente enseñar la letra del Evangelio ni aplicar el Evangelio inculturado en otras tierras como España o Italia. Los grandes evangelizadores de la colonia intentaron, en la medida del momento, distinguir su cultura en la que habían recibido el Evangelio y la entrega de un testimonio de vida a los nuevos pueblos de América para que germinara y fructificara en el humus americano. Pero la evangelización incipiente se ha frenado, por diversas causas, hasta el presente. Fuera de algunos rasgos de inculturación popular irrefrenable, la evangelización se ha congelado en moldes catequísticos y litúrgicos de culturas ajenas que no dejan sentir el Evangelio como propio.
En esta dificultad se encuentra también la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús y de todos sus movimientos de laicos-jesuitas. A la Compañía siempre se la ha considerado a la vanguardia de la iglesia y del mundo, precisamente por mantener esta dinámica ignaciana. Pero también ha oscilado. En 1814, renació conservadora, a causa del temor a los años en que fue suprimida. En el pontificado de Juan Pablo II padeció por ser considerada peligrosa. El peligro que se le ha señalado no es el de pretender seguir la dinámica ignaciana en una Evangelización inculturada de todo el hombre de toda la sociedad y su cultura, cuanto en una interpretación “peligrosa” de la letra de la ley eclesiástica. Sigue siendo un reto ingente y un desafío enorme a todo poder, el mantener siempre la totalidad del hombre en todo el plano de salvación.
En medio de una civilización con crecientes características masivas, tan preferidas por los sistemas globales opresores, precisamente para perpetuarse más fácilmente en el poder, es conveniente insistir en la formación sólida de pequeños grupos de dirigentes de todas las capas sociales, que luego podrán extender la liberación completa de la realización del hombre. La historia de San Ignacio así lo confirma. Con las hazañas prodigiosas de la Compañía de Jesús en todo el mundo se invalidad los argumentos contrarios que calificarán esta dinámica como utopía irrealizable e inútil. Lo que conseguirán será impedir la única vía para desempantanarnos y dejar de ser una nación ficticia.
La selección de los dirigentes no se hace por poder o astucia política, ni siquiera por eficiencia compulsiva por dar en el blanco religioso; eso equivaldría a querer construir por entero la “mayor” libertad de los hombres para la “mayor” eficiencia de la institución religiosa que, por ser tal, excluye lo secular del hombre, y deforma y destruye particularmente a los mismos que la hacen.
La autenticidad de los dirigentes los llevará a formar grupos por afinidades, especializaciones e inquietudes, por ejemplo en promoción social, económica o política. Se formalizarán los propósitos. Se estructurarán los grupos. Se capacitarán al máximo. Y en la acción mantendrán siempre la apertura a nuevos discernimientos y decisiones.
Recordemos que el cristianismo se expandió a partir de un grupo de doce apóstoles atraídos y conducidos por el Señor Jesús.