El Dios de San Ignacio de Loyola

Luis Valdez Castellanos
Jesuita mexicano, licenciado en teología y director del Centro Ignaciano de Espiritualidad

INTRODUCCIÓN

San Ignacio de Loyola fundó la Compañia de Jesús, a los jesuitas y tuvo una experiencia muy especial de Dios.

Nació en 1491, un año antes del descubrimiento de América en Loyola, País Vasco en España, y vivió una vida como muchos jóvenes de hoy: buscando el prestigio personal, el poder, el dinero y mujeres hermosas y de clase alta.

Por lealtad a un político que lo había apoyado mucho fue herido en una batalla en la ciudad de Pamplona España. Le rompieron la rodilla y tuvo que estar completamente inmovilizado en cama por varios meses.

En esta enfermedad tuvo una crisis personal fuerte y un encuentro con Dios. Ignacio no lo conocía mucho y tenía las prácticas de la religiosidad popular de su época.

Al vivir muchos días en el silencio y la soledad por la convalecencia, empezó a reflexionar sobre su vida y cayó en la cuenta de que solamente había vivido para sí mismo sin pensar en los demás. Se reconoció egoísta y pecador pero experimentó que Dios lo amaba aún siendo así. Esta experiencia se le quedó muy grabada en el corazón, pues estuvo al borde de la muerte y pensaba que iba al infierno. Pero Dios le dio unos ojos nuevos para verse a sí mismo y a su vida.

A partir de esta experiencia inicia un cambio de vida y empieza a buscar la manera de agradecerle a Dios tanto amor recibido. A tientas va escogiendo caminos concretos. Fue a Tierra Santa para conocer los lugares donde había vivido Jesucristo su salvador. Quiso quedarse ahí para predicar a los musulmanes el evangelio pero no lo dejaron. Desde su convalecencia va descubriendo que Dios le habla no solo a través de sus pensamientos e ideas sino también por los sentimientos y las emociones que sentía. Fue desarrollando la capacidad de conocer sus sentimientos y por eso se hizo un maestro de ello. El método de conocer lo que Dios le pedía a través de los sentimientos se llama discernimiento espiritual.

Por la brevedad del artículo omitiré el resto de la historia de Ignacio pero sería muy útil leer la autobiografía que el mismo santo escribió.

EL DIOS DE IGNACIO

Aclaro que se trata siempre de el mismo Dios pero que la manera en que Ignacio lo fue conociendo a través de experiencias que le sucedieron y enfrentó.

1. Antes de la crisis.

Dios era alguien lejano que estaba en los cielos, que se presentaba en las iglesias y a quien había que tenerle mucho respeto. Dios no era, en la práctica, alguien importante para su vida. Era alguien distante y un poco de adorno.

2. En la crisis.

Dios se hace presente en la enfermedad de Ignacio aunque éste no lo había invitado. Es Dios quien toma la iniciativa para hacerse presente en esos momentos. Y lo hace a pesar de Ignacio, pues este quería leer libros de caballería para divertirse y solo encontró una Vida de los Santos y la Imitación de Cristo. Con desgano se puso a leer esos libros y ahí comenzó a experimentar cosas en su interior. Inició su conocimiento de Jesús de Nazaret.

Una noche en que estaba en agonía y a punto de morir Dios lo libró de la muerte.

Después de experimentar Ignacio este regalo de Dios se pone a revisar su conducta y descubre que no ha vivido bajo el impulso del amor sino del egoísmo. Dios le regala nuevos ojos para reconocerse pecador y sin embargo amado. Ignacio, aunque pensaba que le tocaba recibir el castigo en cambio es invitado a un trabajar al lado de Jesús. Descubrió que Dios estaba presente en su afectividad, en su interioridad, en sus estados de ánimo. Que ahí le hablaba y descubría su voluntad.

3. Después de la crisis.

Al leer el evangelio Ignacio se va fascinando con la persona de Jesús y su corazón siente deseos de imitarlo en su labor por los hombres y las mujeres. Descubre a un Dios-Jesús pobre y humilde, sin tronos, ni joyas, ni privilegios, ni vestiduras finas, sin dónde reclinar su cabeza. Y esto le hace mucho impacto pues él había conocido a virreyes y al rey de España con toda su corte lujosa y ostentosa. Le parece increíble que el mismísimo Dios no eligió la riqueza sino la pobreza. Por estar más cercano a ese Jesús Ignacio también deja sus bienes y vive de la caridad.

4. En su peregrinaje posterior.

Ignacio descubrió que Jesús estaba actuando en el mundo y en la historia para dar salvación y una nueva sociedad. Que fomentaba deseos de paz y de justicia en muchas personas, movía los corazones a compartir los bienes para que a nadie le hiciera falta nada. Y así en muchos signos descubrió a un Dios metido en los conflictos del mundo. Por eso Ignacio, aunque le gustaba la vida monacal, no decidió entrar a un convento, sino que entendió que Dios lo invitaba a meterse en el mundo y ahí descubrir a Dios actuando. Entendió que había que encontrar a Dios no antes ni después de su trabajo sino EN el trabajo. Por eso se dice que Ignacio es contemplativo en la acción.

Esto lo dice también el P. Kolvenbach (Superior General de los jesuitas en el mundo) en un par de artículos que escribió. En uno dice:

El Cristo de la espiritualidad ignaciana es un Cristo en acción, el Cristo que predicaba en sinagogas, villa y castillos (EE N° 91). Este es el Cristo que nos envía al torbellino del mundo y nos manda buscar a Dios e nuestro trabajo por el bien de las personas. Así aprendemos que, junto a al mística contemplativa, hay además una mística de acción. Esta espiritualidad contiene un mensaje para cuantos se sienten tentados a huir de la dura realidad.[1]

Este Jesús se vuelve lo absoluto en la vida de Ignacio y dedica todas sus fuerzas a colaborar con él para la salvación de las personas.

Otro rasgo que impactó a Ignacio fue que Jesús, siendo Dios se anonadó (se hizo nada, se rebajó) y dejó sus privilegios cuando se hizo hombre.

En un primer momento Cristo ha desilusionado a Ignacio. De Aquel que tiene todo poder en el cielo y en la tierra, Ignacio, muy sensible a todo lo que es grandeza y honor, habría esperado una empresa evangelizadora de gran éxito por el bien del mismo Dios. Por el contrario, encuentra en el Hijo de Dios el hombre por quien viene el escándalo. También Ignacio sueña lo extraordinario y lo espectacular, sin duda únicamente para la mayor gloria de Dios. Pero éste no es el camino que Cristo ha escogido. Anunciará el advenimiento del Reino en la pobreza, en la humillación y en la cruz.

Por el contrario, el Hijo del hombre ha escogido real y libremente el último puesto, caminando en sentido contrario al impulso que nos arrastra a todos a subir cada vez más, alejándonos de los marginados y rechazados, de los extranjeros y de los pobres de toda clase. La cruz es el resultado de esa elección.[2]

También Ignacio tuvo la experiencia de un Dios comunidad: la Santísima Trinidad. En los Ejercicios Espirituales invita a realizar una bellísima contemplación sobre la Encarnación. Ahí presenta a la Trinidad que contempla al mundo y ve como hay hombres y mujeres que nacen, que mueren, que están tristes, unos negros otros blancos, unos amando otros pecando, etc. Y al ver tanto dolor y sufrimiento en el mundo deciden enviar a uno de ellos para hacer la salvación. (EE N° 101-109). Es un Dios-comunidad, trino, que actúa a favor de la humanidad para dar vida. No se queda contemplando el mal sino que lo combate.

En resumen, a Ignacio se le regaló una profunda experiencia de un Dios enamorado de la humanidad y actúa permanentemente en el mundo luchando contra el mal y la injusticia. Ignacio conoció a Dios que sabe que somos pecadores pero que no nos rechaza sino que amándonos nos convierte en seguidores suyos. De ahí la importancia de dejarse amar incondicionalmente por Dios para disponernos a responder con un amor generoso.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA

Ignacio de Loyola. Autobiografía. Madrid: BAC.
López de Lara, P. (1990). Iñigo. México: Buena Prensa
Tellechea, Ignacio. (1986). Ignacio de Loyola, sólo y a pie. Madrid: Cristiandad.
Tellechea, Ignacio. (1997). San Ignacio de Loyola, la aventura de un cristiano. México: Buena Prensa y CRT.
[1] Kolvenbach, P. H. (1993). “La Espiritualidad Ignaciana”, en Cuadernos de Espiritualidad. N° 80 Julio-Agosto. Santiago de Chile.
[2] Kolvenbach, P. H. (1999). “La experiencia de Cristo en Ignacio de Loyola”, en Decir al indecible. Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae.

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