¡Enséñame, Señor, a rezar mi sed,
a pedirte, no que la suprimas de raíz
o que te apresures a apagarla,
sino que la hagas aún mayor,
en una medida que desconozco
y que únicamente sé que es la Tuya!
Enséñame, Señor, a beber de la propia sed de Ti,
Como quien se alimenta incluso a oscuras
del frescor de la fuente.
Que la sed me haga mil veces mendigo,
haga que me enamore y me convierta en peregrino.
Que me obligue a preferir el camino a la posada
y la abierta confianza al cálculo programada.
Que esta sed sea el mapa y el viaje,
la palabra encendida y el gesto que prepara
la mesa sobre la que compartimos el don.
Y que, cuando dé de beber a tus hijos,
no sea porque tengo en mi poder el agua,
sino porque, al igual que ellos, sé lo que es la sed.
Por Jose Tolentino