Gerardo Puertas Gómez
Profesor de planta y Presidente del Consejo Directivo de la Facultad Libre de Derecho de Monterrey. Editorialista del Periódico El Norte. Autor de libros y artículos de Derecho Constitucional Comparado, Historia del Derecho y Ciencia Política, así como de varias colecciones de poesía. Licenciado en Derecho por la Universidad de Monterrey y Maestro en Derecho por la Universidad de Harvard.
Correo electrónico: gpuertas@fidim.edu.mx
¿Cuál es el mensaje de Jesús para las cristianas y los cristianos que se esfuerzan, a un tiempo, por vivir plenamente su fe religiosa y por ejercer cabalmente sus derechos y deberes ciudadanos? Ser fieles a su carácter de hijas e hijos de Dios y a su esencia de seres humanos libres e iguales por naturaleza.
¿Ciudadanos y cristianos?
¿Es posible, al mismo tiempo, ser ciudadano y ser cristiano? El planteamiento puede parecer retórico. No lo es.
Porque ser ciudadano implica conocer, respetar y, sobre todo, esforzarse por vivir los principios del modelo constitucional-pluralista. O, puesto en otros términos, asimilar a plenitud las ideas centrales del liberalismo político, base del estado democrático contemporáneo.
Porque ser católico supone apreciar, seguir y, sobre todo, luchar por hacer realidad los valores del mensaje de Jesús.
O, dicho de otro modo, comprender a cabalidad los conceptos centrales del pensamiento del Nazareno, fuente verdadera de la propuesta cristiana. Y, como bien sabemos, no pocas veces las instituciones políticas y jurídicas de la democracia han entrado en pugna con los planteamientos del Hombre de Belén.
¿Qué puede hacer una persona con genuinas convicciones políticas y auténticos principios religiosos cuando se enfrenta a tales situaciones?
¿Ha de sobreponerse el ciudadano o ha de prevalecer el cristiano? La respuesta no es sencilla.
¿Es posible encontrar una salida armónica que reconozca la dignidad integral de la persona? Yo creo que sí. En este esfuerzo resulta esencial, desde la perspectiva religiosa, acudir a las Sagradas Escrituras y particularmente al Nuevo Testamento, a fin de comprender como ser, al mismo tiempo, ciudadanos y cristianos.
De Yahvé a Jesús
“He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Isaías 7:14). Tal es la promesa del Mesías judío que anuncia Isaías.
“Dios con nosotros” (Mateo 1, 23). Tal es la naturaleza del Salvador que proclama San Mateo invocando las palabras del Ángel y el texto del Profeta.
Ambos pasajes hablan de la concepción del Redentor. Aluden al misterio de la Encarnación. Pero revelan, sobre todo, la esencia misma del Dios de Israel que se manifiesta en Cristo.
Dios único y personal. Ser Supremo que es desde siempre y hasta siempre, omnipresente, omnipotente y omnisciente. Creador de todo lo que fue, lo que es y lo que será. Señor de la eternidad y de la historia. Yahvé que responde a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14).
Dios hecho Hombre. Ser Supremo que toma forma de humano. Creador que adopta el cuerpo de criatura. Señor de la eternidad que entra en la historia. Jesús, el Maestro, que convive con Juan, el discípulo amado: “Palabra” que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1, 14).
Yahvé -Dios y Ser Supremo, Creador y Señor- nos mueve a la adoración como Padre de la Humanidad.
Jesús -Dios y Hombre, Supremo y humano, Creador y cuerpo, eternidad e historia- nos conmueve como hermano nuestro.
Innombrable que asume nombre. Sin rostro que adquiere rostro. Zarza ardiente que habla a Moisés transformándose en corazón emocionado que ama a Juan como discípulo. El que es se hace carne volviéndose Emmanuel, es decir, Dios con nosotros que habita entre nosotros.
Dios que viene a nosotros. Ser Supremo que se manifiesta como uno de nosotros. Creador que vive entre nosotros. Eternidad que se expresa como uno de nosotros.
El que se hospeda en vientre de mujer y vive en cuerpo de hombre, para ser como tú y como yo, para estar contigo y para estar conmigo. Porque quiere ser como tú y como yo, porque quiere ser con nosotras y con nosotros, aquí mismo y ahora mismo.
Supremo acto de amor y del Amor, que no puede ser más enigmático ni más elocuente, más sublime ni más sobrecogedor porque, como el amor mismo, “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites”. Y que por tanto, en palabras de San Pablo, “no acaba nunca” (Corintios 1, 13, 7-8). Allí reside, en esencia, la radicalidad y la riqueza del mensaje cristiano, que marca el paso definitivo de Yahvé a Jesús.
De Jesús al cristiano
“Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y se le llamará Hijo del Altísimo” (San Lucas 1, 30-32). Proclama del Arcángel Gabriel a María.
Profecía que se cumple y anuncio que se proclama. Virgen que da a luz a la luz misma.
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas… Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (San Marcos 12, 30-31). Enseñanza del Maestro.
Significado de la Ley y alcance del amor. Reconocimiento ante el Creador y responsabilidad ante el prójimo.
“Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (San Mateo 5, 23-24). Exhortación de Jesús.
Alcance de la justicia y dimensión del perdón. Adoración ante el Creador y reconciliación ante el semejante.
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva”. “Vosotros sois la luz del mundo” (San Marcos 16,15 y San Mateo 5,14-15). Camino del Cristo.
Convocatoria del Salvador e invitación del Redentor. Mensaje y vida que pueden llegar a transformarse en luz.
Gestación que, en su alumbramiento, ilumina; acción que, en su testimonio, vivifica. Palabra y obra que, en su mensaje y en su ejemplo, nos transforma en claridad y en vitalidad que irradia luz e infunde vida.
Allí radica, fundamentalmente, el vigor y la fertilidad de la dimensión humana del hombre de Nazareth, legado determinante de Jesús al cristiano.
Del cristiano al ciudadano
“Así está escrito… que se predicaría en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones” (Lucas 24, 45-47). Tal es el centro de la última instrucción que da el Maestro.
“Lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (Lucas 20, 25). Tal es el contenido de la regla que propone Cristo.
Ambos episodios se refieren, entre otras cosas, al alcance de la obligación del cristiano dentro de la comunidad. Expresan el papel de quien, a un tiempo, es cristiano y es ciudadano.
Pero muestran, principalmente, el sendero para quienes anhelamos seguir las enseñanzas de Jesús como cristianos y respetar los valores de la democracia como ciudadanos.
Cristiana y cristiano. Fieles a la palabra de Dios y a la acción de Jesús. Hijas e hijos del Padre; hermanas y hermanos del Hijo. Testimonios vivientes y actuantes de Yahvé y del Emmanuel.
Ciudadana y ciudadano. Seres humanos libres por naturaleza; seres humanos iguales en esencia. Unicidad de la persona y diversidad de la comunidad. Individuos observantes del valor del pluralismo y del principio de la inclusión. Cristiana y cristiano -palabra y acción, hijos y hermanos, vivientes y actuantes- debemos ser encarnación e instrumento de la voluntad del Padre. Ciudadana y ciudadano -libertad e igualdad, unicidad y diversidad, pluralismo e inclusión- hemos de ser manifestación fraterna y solidaria de los ideales democráticos.
Obligación de compartir y de extender el mensaje del Dios con nosotros; obligación de reconocer y de respetar la autoridad del poder público. Una misma persona en dos ámbitos distintos; una misma moneda con dos caras diferentes.
Supremo acto de responsabilidad frente al Creador y delante de los semejantes, que difícilmente puede ser más profundo ni más determinante, más esencial ni más creativo. Capaz de ver en la otra el rostro de la hija de un mismo Padre y, en el otro, la faz de un ser del mismo género humano.
Allí está, en suma, la caridad de la simiente y la solidaridad de la semilla, acciones que marcan la ruta del cristiano al ciudadano.
Del ciudadano a la democracia humanista
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia… Bienaventurados los misericordiosos… Bienaventurados los que trabajan por la paz” (San Mateo 5, 6-9). Mensaje del Maestro.
Superación de la norma y triunfo de la caridad. Identificación del camino y construcción de la comunidad.
“Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí… Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (San Mateo 25,35-36 y 40-45). Llamado del Nazareno.
Riqueza de la acción y pobreza de la omisión. Presencia del Señor en cada mujer y en cada hombre.
Proclama de bendiciones para quien convierta la palabra en vida. Promesa de recompensas para quien transforme la idea en acción.
Esa, en síntesis, es la fuerza y la frescura de los textos bíblicos que marcan la pauta para andar del ciudadano a la democracia humanista.
De la democracia humanista a la ciudadanía cristiana
Religión y política. ¿Divididas o comunicadas? ¿Excluyentes o complementarias? ¿Visiones fragmentarias o visiones integrales?
Cristiano y ciudadano. ¿Diversos o similares? ¿Separados o unidos? ¿Porción o totalidad?
¿Cómo creer con firmeza en el Evangelio y cómo sostener con vigor la democracia?
¿Cómo esforzarse por vivir el paradigma cristiano y cómo luchar por defender el ideal pluralista?
¿De qué manera anunciar al Dios con nosotros en la sociedad y de qué modo conservar la diversidad de la comunidad?
¿De qué forma llegar a ser luz del mundo y de qué manera lograr ser factor de tolerancia entre las personas?
Aportando, en vida y en obra, una visión personal o grupal centrada en las enseñanzas de Jesús, a fin de iluminar la realidad secular, pero sin sostener ni imponer criterios integristas o fundamentalistas en las normas jurídicas o en las políticas públicas.
Ofreciendo, en palabras y en hechos, una perspectiva individual o colectiva enfocada a los principios de la democracia, a objeto de oxigenar el entorno social, pero sin proscribir o restringir a los diversos credos en las leyes o en los actos de gobierno.
¿Espiritualidad? Sí. Pero un Ser Supremo, un cristianismo y una jerarquía eclesiástica respetuosos de la libertad y de la igualdad en que se finca la dignidad del ser humano.
¿Laicidad? Sí. Pero un gobierno, una legislación y una clase política observante de los derechos y de las libertades religiosas.
Y así poder pasar, naturalmente sólo quienes profesamos la fe en Jesús, de la democracia humanista a la ciudadanía cristiana.
Ciudadanos y cristianos
¿Es posible ser ciudadano y ser cristiano? ¿Es posible encontrar una salida armónica que reconozca la dignidad integral de la persona?
Sí. Conociendo, respetando y viviendo los principios del modelo constitucional-pluralista, entre ellos, la libertad de cultos y la separación de las iglesias y el Estado.
Sí. Apreciando, siguiendo y luchando por hacer realidad los valores del mensaje de Cristo, entre ellos, el amor a Dios y el amor al prójimo, las bienaventuranzas y las obras de misericordia, la Buena Nueva y la luz del mundo.
¿Es posible ser cristiano y ser ciudadano? ¿Es factible llevar el testimonio de Jesús “por todo el mundo” y respetar los valores democráticos en toda situación? Sí. Siempre que sepamos vivir -con igual fuerza- la fe personal y la libertad colectiva, para ser ciudadanos y cristianos que dan testimonio del “Dios con nosotros”.
Preguntas para la Reflexión
1. ¿Qué lugar tiene Dios en las sociedades democráticas contemporáneas?
2. ¿Qué función cumplen las cristianas y los cristianos en la democracia?
3. ¿Qué papel juega el cristianismo para las ciudadanas y los ciudadanos de esta fe?
4. ¿Cómo vivir la fe cristiana sin contradecir los valores de la democracia?
5. ¿Cómo saber ser ciudadanas y ciudadanos sin entrar en pugna con la fe cristiana?