¿Cómo escoger terapia y terapista?

Haciéndome cargo del impacto de mi conducta

Por: Gloria Grimaldo

Médica Psiquiatra. Profesora de la cátedra de Neurología Funcional y Paidopsiquiatria en la Universidad de las Américas de Panamá. Miembro del Equipo de Formación del Centro de Espiritualidad Ignaciana en Guatemala.

Correo electrónico:
ggrimaldo2000@yahoo.com

Se plantea la complejidad del ser humano, receptor y ejecutor de la terapia, y con ello, la diversidad de elementos que lo conforman y que lo mueven.

La decisión de recibir terapia, y posteriormente, a qué terapia acudir, implica abordar nuestra actitud ante conceptos como enfermo, sano, necesidades emocionales, necesidades espirituales, y otras.

Igualmente, involucra la necesidad de clarificar nuestros conocimientos teóricos y nuestra sabiduría al respecto.

Recordemos que las intervenciones del ser humano son esfuerzo personal y son gracia.[1]

Los seres humanos vivimos en el mundo en constante contracción y relajación, presionados por la cultura, el marco social, el tiempo, la satisfacción humanizada o deshumanizada de las necesidades vitales, la búsqueda de placer, las aspiraciones espirituales, y las exigencias de nuestra corporalidad: impulsos y deseos, descanso, ocio.

Todos los procesos mentales se restringen a la interacción de fuerzas que alternan entre si, unas veces aliándose y otras, atacándose.

La expresión popular de que “la vida es una lucha” es una realidad. Y respondemos a esa tensión de modo muy particular, pues cada quien le da un significado muy especial a sus vivencias, y actúa en función de dicha interpretación.

En nuestro marco de referencia, las terapias van “orientadas a atribuir nuevos significados a los acontecimientos que causan nuestros problemas”.

Nos movemos en el campo de los significados, en el campo de la percepción, o sea, la interpretación que cada uno de nosotros, le da a sus sentimientos, pensamientos y experiencias.

Intervienen en este fondo de significados nuestra biografía, que en determinado momento “se hace biología”, porque forma parte de nuestras células, el funcionamiento neuronal y endócrino, y nuestros deseos, lo que nos mueve, lo que nos motiva.

Terapia ¿Para quién?

Todas las terapias van orientadas a un ser humano.

Seres humanos buscando ser completos, y no perfectos. Unos “sanos”, y otros con menos salud, pero todos muy iguales y muy diferentes.

¡La paradoja de la vida humana!

Los seres humanos tenemos criterios comunes que nos ponen a todos en paridad y equidad:

Unicidad. La vida es única e irrepetible en cada ser humano. El que seamos únicos es la base de la amistad y del amor auténticamente humano: descubrir que tú eres tú y yo soy yo.

Integralidad. Estamos constituidos por diferentes dimensiones: lo biológico o corporal, lo emocional, lo social y lo espiritual. El ser humano es un todo, y no se pueden separar sus dimensiones.

Complejidad. Somos sumamente complejos, somos: Biología y pasión. Eros: vida, y pathos: muerte y dolor. Cizaña y trigo, sombras y luces santos y demonios. Y tenemos una biografía y una estructura de personalidad que nos diferencia.

Quién ¿Necesita terapia?

El límite entre la “respuesta normal” ante determinada circunstancia y lo “anormal” es muy frágil, pues los indicadores para medirlo “sólo son la referencia a un conjunto de juicios de valor de alguien que es quien decide: familiar, figura legal o la misma persona.[2] La decisión de brindar terapia a una persona no depende, entonces, del psiquiatra o psicólogo, sino de ese alguien.

Lo que diferencia al supuestamente sano y el supuestamente enfermo es simplemente una diferencia de grado, una diferencia de cantidad, no de cualidad. La diferencia no es cualitativa, es simplemente cuantitativa. La salud es fluctuante, en unos momentos la tenemos, y en otros no. Hay una línea basal, y nos movemos en relación a ella con pequeñas oscilaciones.

De allí que se plantea que no hay personas sanas, sólo enfermos mal estudiados. En lenguaje popular,”todos cojeamos de una pata.”

¿Tenemos todos salud mental?

En esa línea, y en nuestro tema, la salud mental es el objetivo final, nuestra visión. Pero también aquí se pierden los límites.

Salud mental implica la capacidad de afrontar las crisis, de adaptarnos a ellas muchas veces, de vivir la aceptación de la vulnerabilidad humana, la aceptación de nuestra fragilidad psíquica y física.

Y es nuestra estructura de personalidad la que establece la diferencia en la respuesta adaptativa a las crisis y situaciones de vida.

Si bien es cierto hay en nosotros rasgos de personalidad que hemos heredado, y que nos va a ser más difícil asumir, también es cierto que lo aprendido se puede desaprender.

El imaginario de la salud mental comprende procesos ocultos en el ámbito mental (prejuicios, creencias, tradiciones, pensamientos, sentimientos) que se nos han “filtrado por ósmosis” a lo largo de nuestros años, aprendidos de nuestra familia, de los vecinos, amigos, medios de comunicación, que toca revisar honesta y objetivamente, para decidir qué me funciona y qué no me sirve.

Incluye igualmente procesos operativos (prácticas, actitudes, tendencias, conductas, rituales, costumbres).

Ambos procesos son parte del gran proceso de cambio, tan difícil y, como vemos, tan complejo, por la gran cantidad de variables que intervienen.

De allí ese malestar que cargamos, que no se puede definir, que no llena el perfil de una enfermedad, pero que se mantiene latente, crónicamente en muchas vidas.

Siguiendo el hilo conductor de nuestro planteamiento, no es fácil decidir, muchas veces, si necesitamos terapia o no, aún siendo concientes de que necesitamos ayuda.

Habría que plantearse entonces la necesidad de evaluar qué otras opciones de apoyo son factibles y están disponibles en el medio donde nos desenvolvemos.

¿Qué hacer?

Planteamos los siguientes pasos:

Paso 1. Decidir si necesita terapia o no

  • Ya hemos visto lo que es un trastorno psicológico, y las innumerables escuelas de terapia que existen. Incluso tenemos pautas para decidir si necesitamos terapia o no.
  • Hacemos énfasis en que una persona necesita apoyo especializado cuando toma conciencia de que su conducta afecta sus relaciones vitales con ella misma, y con su entorno, o sea, cuando mantiene una conducta desadaptada.
  • Y también cuando esto sucede, y la persona no posee el juicio crítico para darse cuenta, situación en la que intervienen los familiares o personas más cercanas.
  • Cuando son situaciones muy obvias, con una marcada conducta anormal, no hay duda que la persona necesita terapia, psicológica, y con toda seguridad, farmacológica.
  • En casos concretos no se puede negar la necesidad y el beneficio que aporta la terapia. El problema está cuando nos acercamos al limite “entre lo sano y lo enfermo”.

Paso 2. Decidir qué clase de terapia

Usualmente se llega a terapia por un problema, y terminamos atendiendo a la persona por otra razón, de la cual, muchas veces, ni siquiera es consciente.

Si vemos el significado de psicoterapia como “cuidar o asistir el espíritu, corazón o el ser de otra persona,”[3] tendríamos que definir si la persona necesita una psicoterapia o un acompañamiento espiritual, o la participación en un grupo de autoayuda.

En mi experiencia, una enfermera de salud mental, un sacerdote, una trabajadora social, una persona que respete el otro, que lo escuche, y que haga el esfuerzo mental, y a veces físico, de ponerse en su lugar, puede, desde esta óptica, hacer terapia.

En un marco muy amplio, pudiéramos decir que depende de:

  • Una evaluación neurológica que descarte o no, lesiones en los procesos del sistema nervioso.
  • El énfasis que le demos a nuestras dificultades: conflictos intrapsíquicos, relacionales, cognitivos (por poseer ideas irracionales) o aprendizajes inadecuados.
  • Los recursos y destrezas que tenga la persona.
  • Qué tan motivada está la persona para dejarse ayudar.
  • Qué tan conciente está de que el trabajo es de ambos (el ayudador y el que solicita ayuda), y que existe un compromiso de ella para participar activamente en el logro de los cambios previstos.
  • La disponibilidad de tiempo y de dinero.

Paso 3. Decidir el terapeuta

¿Quién dará la terapia a quién?

  • Ya hemos decidido, en entera libertad y compromiso, que necesitamos terapia.
  • Muchas veces se escoge un terapeuta por recomendación de los amigos, porque está de moda, porque es atractivo, porque tiene muchos títulos.
  • No es fácil decidir qué terapeuta nos conviene en relación a nuestro problema concreto.
  • Ya sabemos que las estrategias terapéuticas son diversas, y dependen de la escuela del terapeuta, y de las necesidades detectadas particularmente.
  • Este paso va muy ligado al anterior, y está en juego aquí la honestidad y le ética del primer terapeuta donde se acude.
  • El terapeuta tendrá la capacidad de decidir, de acuerdo a la causa de consulta, la naturaleza del conflicto y la sintomatología de la persona, qué terapia le ayuda más, y referirlo adecuadamente, si él no estuviese capacitado para brindar dicho apoyo.

El perfil del terapeuta debiera contemplar:

  • Que haya realizado un trabajo personal de autoconocimiento y de sanación personal.
  • Que tenga licencia y acreditación profesional.
  • Que se mantenga actualizado, que posea competencias clínicas, técnicas y éticas.
  • Que tenga afinidad personal con la persona que solicita ayuda, para que ésta se sienta cómoda ¿Es este un terapeuta cuyas maneras, actitud y estilo encajan con los suyos?
  • Que sea congruente, que su mensaje verbal coincida con su mensaje conductual, “que viva lo que predica”.

Conclusión

Estemos o no en terapia, somos responsables del impacto de nuestra conducta. Y ello significa, de nuestros pensamientos, sentimientos, y actitudes derivadas de ellos.

Es factible que concientemente busquemos ayuda, pero hay procesos inconcientes que la rechazan. Entre otras cosas, porque hay ventajas de no estar bien; manipulamos, somos el centro de atención, compramos afectos.

La enfermedad de la “victimitis”, es cada vez más frecuente en nuestros ambientes.

Cualquier terapia funciona si:

  • Tomamos conciencia de que somos co-responsables de nuestro tratamiento.
  • Respondemos a las demandas de la vida, planteadas a través de nuestros procesos de crecimiento.
  • Estamos dispuestos a arriesgar la comodidad presente.
  • Nos hacemos cargo de nuestras necesidades, trabajando en los cambios pertinentes.

Conociendo que las causas de una conducta desadaptada son múltiples, tendremos más claro que los modos de modificar dichas conductas también lo son.

Muchas personas necesitaremos recibir una terapia especializada, y otras podremos efectuar los cambios con un buen proceso de acompañamiento espiritual.

Bajo este enfoque, la vida nos exige “estar en terapia”, hagamos o no un contrato terapéutico. La vida nos demanda cambios y ajustes.

Y hay que comenzar hoy, pues “para luego es tarde”.

Preguntas para reflexionar

  1. ¿Quién soy yo?, ¿cuál es mi identidad mas profunda? Real y honestamente, ¿soy conciente de todo lo malo y lo bueno de lo que soy capaz?
  2. ¿Qué significa para ti ser normal? Haz un “fondo de significados” en tu familia y personas más cercanas.
  3. ¿He pensado cómo y por qué se mantienen mis problemas de conducta? ¿He buscado ayuda para cambiarlos?
  4. ¿Te has dado permiso para no saberlo todo? ¿Qué sentido le das a tu vida?

Para saber más

Richo, David. (2000). Cómo llegar a ser un adulto. España. Desclée de Brouwer, 2ª edición.

Prada, Rafael. (1998). Escuelas psicológicas y psicoterapéuticas. Colombia. Ed. San Pablo.

Kleinke, Chris L. (1998). Princípios comunes en psicoterapia. España. Desclée de Brouwer 2ª edición.

Schreus, Agneta. (2004). Psicoterapia y espiritualidad. España. Serendipity, Desclée de Brouwer.

Frojan Parga, María Xesús; Mas, José Santacreu. (1999). ¿Qué es un tratamiento psicológico? España. Biblioteca Nueva.

Font, Jordi. (1999). Religión, sicopatología y salud mental. Paidós.

Prada, Rafael. (1994). Terapia a su alcance. Colombia. Ed. San Pablo.

Notas

1 Como llegar a ser adulto. David Richo, Desclée de Brouwer, 2a Edición 2000, Introd.

2 Psicología Clínica, conceptos, métodos y práctica, Phares Jerry, 2ª Edición, págs. 119-120.

3 Klinke Chris, Principios Comunes de Psicoterapia, Desclée de Brouwer, pág. 21,1998.

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