La locura del Evangelio
Te llamaron loco a ti. Y a los tuyos. Y a muchos otros hombres y mujeres en la historia. Les llamaron trastornados, chalados, insensatos, lunáticos… porque el evangelio le daba un poco la vuelta a todo.
Te llamaron loco a ti. Y a los tuyos. Y a muchos otros hombres y mujeres en la historia. Les llamaron trastornados, chalados, insensatos, lunáticos… porque el evangelio le daba un poco la vuelta a todo.
Los que, en la vida, tenemos la oportunidad de elegir, tomar unas sendas y no otras, probar algunas experiencias, escoger en qué gastar las horas… podemos vivirlo desde la gratitud, y desde la responsabilidad. Porque tenemos a mano muchas oportunidades.
Hay ocasiones en que es importante aterrizar, concretar, elegir, decidir. Y, por el contrario, hay situaciones en que toca esperar, mirar más allá, creer en el mañana. Y esa es la paradoja. El ahora puede ser una oportunidad o una losa, un camino de liberación o una forma de tiranía. La fuerza del “Ya” es la de un arma de doble filo.
Lo propone un buen amigo. Y quizás es un grito que, precisamente al empezar la cuaresma, resulta casi trasgresor, pero necesario. Tenemos que reírnos más para tragar la vida. ¡Claro que sí! No es la risa insensata de los necios. Tampoco la risa frívola del que pasa por la vida sin mirarle a la entraña. No es la risa fracasada de quien vive amargado. Ni la risa cruel del malvado. La nuestra puede ser la risa alegre de quien ama y es amado. La risa franca de quien se sabe limitado. La risa honesta de quien vive con la verdad por delante. La risa divertida de quien sabe leer, en cada historia, sus posibilidades. La risa ligera de quien no hace dramas de más. La risa agradecida de quien sabe reconocer la bendición. La risa que sabe marcharse para volver en otro momento.
El placer es bueno. No como un imperativo hedonista, es decir, no como el único criterio en la vida. Hay otros criterios igualmente importantes: el deber, la realización personal, la justicia… pero, dicho todo eso, el placer es importante. El disfrute de los sentidos.
Así se construyen los paisajes que poblamos: entre la distancia inevitable, y la presencia en la que, a veces, conseguimos vernos. ¿Te has sentido alguna vez solo?¿Has gozado alguna vez del encuentro con otros? ¿Has disfrutado de una conversación sincera, de esas en las que hay intimidad, reconocimiento y confianza? ¿Has notado, en tu entraña, la mordedura de las ausencias? ¿Has compartido risas, ilusiones y empeños, con la conciencia lúcida de estar viviendo momentos que nadie te podrá robar?
Acariciar. A veces se trata de eso. En nuestro mundo, en nuestra vida, en nuestro día a día. Algo tan sencillo como eso. Sonreír a quien está triste (pero no sonrisas fáciles o vacías, sino que establezcan un vínculo). Apretar una mano (y con ello transmitir un mundo). Acariciar un rostro, prometiendo estar ahí. Ver, y aún más, mirar al otro… oír, y entonces escucharle. Abrazar a quien se siente tan abandonado, tan abatido… Estar ahí para los otros, y hacérselo saber. Me gusta pensar en Jesús como un hombre que también hablaba con sus gestos.
¿Cuál es la mejor noticia que podemos recibir? Depende de lo que nos toque vivir en cada época. Puede tener que ver con el amor, con la salud, con el trabajo, el dinero, los amigos, la familia, las aficiones…
Nos lo has puesto difícil, Señor. Y, sin embargo, es mejor la dificultad tras tus huellas que una vida anodina. Es mejor buscar, aunque a veces desesperemos, cuando ignoramos el rumbo. Es mejor aprender de Ti que creer que ya lo sabemos todo. Es mejor crecer a tu manera, que conformarnos con vidas raquíticas. Es mejor aprender el verdadero amor, aunque a veces el camino nos vuelva un poco locos.
Trae a tu memoria los momentos felices de esta semana, aquellos en los que te sentiste libre, pleno, alegre, amado, feliz (por sencillos que parezcan, pero que tu interior los disfruta). Esos momentos que aunque cotidianos, te han dejado el corazón con alegría y esperanza. Preséntalos a Dios
¿Qué deseo descubro en mí para este momento de mi vida? ¿Qué necesita mi interior en esta etapa de mi vida? ¿Qué anhelo tengo olvidado en mi interior?
Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, tomo mi haber y poseer, tú me los diste, a ti, Señor, lo torno. Todo es tuyo. Dispón de todo a tu voluntad. Dame tu amor y gracia que esto me basta.