Señor, lo tienes todo: una zona sombría
y otra de luz, celeste y clara.
Mas, dime Tú, Señor, ¿los que se han muerto,
es la noche o el día lo que alcanzan?
Somos tus hijos, sí, los que naciste,
los que, desnudos en su carne humana,
nos ofrecemos, como tristes campos,
al odio o al amor de tus dos garras.
Un terrible fragor de lucha, siempre
nos suena, oscuramente, en las entrañas,
porque, en ellas, Tú luchas sin vencerte,
dejándonos su tierra ensangrentada.
Dime, dime, Señor, ¿por qué a nosotros
nos elegiste para tu batalla?
Y después, con la muerte, ¿qué ganamos,
la eterna paz o la eterna borrasca?
José Luis Hidalgo