El que pone su confianza
en el Señor,
se ha entregado
al misterio personal,
que nos acoge
en nuestra complejidad
tan ambigua,
nos aprecia
con un amor
inmune a la decepción,
nos libera
de nuestro yo oscuro
al ofrecernos
crear su designio,
y nos integra,
rotos por los límites,
en la comunión
de su abrazo infinito.
Benjamín G. Buelta, sj