Ana Elda Goldman Serafín
Lic. Química Farmacobióloga y en Psicología. Maestría en Desarrollo Humano y en Terapia Familiar. Pertenece a la International Family Therapy Association, American Family Therapy Academy y al Consejo Mexicano de Terapia Familiar.
Correo electrónico:
aeldagoldman@prodigy.net.mx
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Una visión de las múltiples condicionantes establecidas socialmente para las mujeres solas a cargo de su hogar, que amplíe nuestra comprensión empática a fin de continuar aprendiendo alternativas amorosas en la búsqueda del bien común; cuya mirada, bálsamo y compromiso transforme la propia experiencia amorosa cotidiana de quienes la viven.
Dos linajes solos hay en el mundo, como decía una abuela mía, que son el tener y el no tener.
Sancho a Don Quijote
Los hogares a cargo de una mujer son un estilo de familia que, si bien siempre ha existido, su presencia en las sociedades se ha venido incrementando en las últimas décadas. En los países en desarrollo estas familias son predominantemente una opción, mientras que en los países en desventaja se constituyen por la presión de la orquestación de las fuerzas dominantes de la realidad.
Los estilos de familia no se conforman aisladamente —no son un fenómeno aparte—, sino que van a la par de las profundas transformaciones sociales de carácter económico, político, social y cultural: por ejemplo, un país en guerra tendrá como consecuencia un aumento en las familias a cargo de una mujer, ya sea por el reclutamiento de los varones en la milicia o por su inminente muerte. Las desventajas económicas de un país o región, aunadas a la falta de oportunidades laborales y de ingresos, hacen que predominantemente los hombres —dadas sus funciones de género asignadas históricamente—, como responsables del ingreso familiar, emigren hacia otros estados o países, aumentando así las familias con jefatura femenina.
Las múltiples presiones actuales que ejercen los cambios sociales derivan en familias a cargo de mujeres, presentando un sinnúmero de vulnerabilidades que deben ser visibilizadas y atendidas desde varias perspectivas: la mujer como persona en su condición de género femenino, los hijos a su cargo y las condicionantes establecidas en los diferentes contextos sociales para subsistir, convivir y sobrevivir, todos con diversos grados de opresión, exclusión y pobreza.
Los hogares a cargo de una mujer pertenecen, en su mayoría, a un ciclo de pobreza social con tendencia a mayor detrimento, dadas sus dificultades para enfrentar las múltiples limitaciones, retos y desafíos que los rebasan.
La pobreza tiene muchos rostros: “tener o no tener” consta de muchas realidades, no sólo de ingreso económico, sino de vivienda, salud, servicios de seguridad social, educación, que entre otros más son los básicos para la sobrevivencia. Desde la situación de las mujeres como condición femenina, “tener o no tener” se refiere a realidades específicas derivadas de los condicionamientos sociales y familiares establecidos a través de todas las culturas, es decir: dependencia vital de los otros, carencia de autonomía, camino de insuficiencia y autosacrificio, exclusión y silenciamiento. También quiere decir, que debido a la falta de oportunidades establecidas, las mujeres aprenden a no tener derechos, a carecer de poder personal y a no contar con el acceso a oportunidades ni a decisiones propias.
La valía personal está supeditada a los demás, de manera que desde esta desventaja y privación histórica, transmitida por los modelos culturales y familiares, las mujeres a cargo de una familia se encuentran en una situación de vulnerabilidad múltiple y desventaja aprendida, aun por generaciones, teniendo variantes de acuerdo a la situación particular de cada mujer o grupo (étnicas, regionales, familiares), y desde luego también relacionadas con las posibilidades de solucionar los cautiverios en su identidad genérica.
Haciendo visible su realidad
Denominaremos, en principio, “familia a cargo de una mujer” a la estructura familiar monoparental, donde la mujer sola (es decir, no viviendo en pareja, por cualquier causa) tiene bajo su responsabilidad y dependencia la crianza de los hijos menores o jóvenes, en el cumplimiento de una amplia gama de funciones de cuidado: afectivas, formativas, educativas, económicas y jerárquicas, en la subsistencia cotidiana. Una progenitora y su progenie, la cual es dependiente económica y socialmente de ese vínculo materno-filial.
Las definiciones amplias son operativas, como la anteriormente planteada, mas corren el riesgo de simplificar y reducir la complejidad de la realidad. Por lo tanto, si deseamos comprender la complejidad de los fenómenos sociales —los hogares a cargo de una mujer— requerimos adentrarnos más allá de la estandarización para poder analizar la diversidad de situaciones, procesos y sus concomitantes problemáticas, a fin de atender estas realidades desde las ópticas de sus múltiples vulnerabilidades.
De hecho, la invisibilización social de estos estilos de familia, o la negación de su existencia en los niveles censales de población, tiene relación con la dificultad al usar como punto de partida una definición reduccionista que aglutina y generaliza y no describe la realidad. Por ejemplo, los registros censales de población se hacen generalmente a partir de un modelo ideal de convivencia familiar nuclear de papá, mamá y niños, registrando solamente por diferencia “excluyente” hogares monoparentales, sin mayor desglose. En el mejor de los casos —como ha venido siendo en algunos países— bajo el rubro de “familias a cargo de una mujer”, aunque también se corre el riesgo de congelar la realidad, conformando estereotipos y limitando las posibilidades reivindicativas de unas familias que no parecen compartir entre sí, ni desde el punto de vista de sus vivencias, ni de sus carencias y dificultades, quedando solamente aglutinadas en una identidad común (que no les es común).
Requerimos adentrarnos en el desglose de estas realidades, para lo cual analizaremos tres rubros:
a) Rutas de entrada y factores precipitadores de los hogares monoparentales.
b) Procesos en el ciclo de vida familiar inmersos en los contextos sociales.
c) Rutas de salida y las metas, tanto existenciales como sociales y psicológicas en cuanto a la autonomía de los miembros en la familia.
Derechos y desamparos
Se han distinguido, tradicionalmente, tres rutas posibles que conforman las familias a cargo de una mujer: la maternidad solitaria o extra-conyugal, las situaciones de divorcio y/o separación o abandono y la viudez. Varían entre sí significativamente en cuanto a un hecho básico: la legalidad. Una viuda o divorciada puede —aunque no es garantía— tener derechos legales reconocidos, como pensión, apoyos para vivienda, salud y seguridad social, o quizás guarderías para los hijos: derechos de los que, en cambio, una madre soltera va a carecer por falta de derecho, quedando excluida de cualquier recurso.
Las situaciones son de facto o de jure, es decir: puede existir el hecho en la realidad, mas la mujer puede o no ejercer esos derechos, según el estatus legal establecido para cada una de sus condiciones. Por ejemplo, aunque la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, establece la igualdad jurídica del hombre y de la mujer, la realidad es distante en cuanto a reflejar este principio aplicado a injusticias, exclusiones y limitantes establecidas.
Asimismo, los derechos establecidos estarán siempre supeditados a las condiciones estructurales del contexto económico, legislativo y demográfico de la región o el país en que se encuentren. Una mujer rural o urbana que legalmente cuente con el derecho, puede no ejercerlo, ya sea por desconocimiento o porque la situación geográfica del lugar donde vive carece de los servicios, o también por sus dificultades para transportarse, quedando por lo tanto en mayor situación de vulnerabilidad como familia.
Además, las condicionantes estructurales influirán determinantemente también en sus posibilidades laborales y alternativas de ingreso económico, sumadas desde luego a la historia de posibilidades o limitaciones en la que haya crecido cada mujer o grupo de mujeres. Por la intersección de las culturas dominantes (social, familiar, de género femenino), la mayoría de las mujeres con jefatura de hogar —el término jefatura connota predominantemente la responsabilidad económica— quedarán expuestas a una carencia histórica de alternativas referentes a no contar con el conocimiento o la tecnología que las apoyen para llevar a cuestas la subsistencia familiar.
Los hogares -sin pareja presente- en su gran mayoría quedan ubicados en los estratos de pobreza e indigencia, y aun cuando no estén ubicados bajo la línea de la pobreza extrema, son más vulnerables a ella. Conocer la magnitud y características de estos hogares resulta fundamental para el diseño de políticas orientadas a beneficiar a las personas y hogares pobres, considerando además las dificultades de la doble jornada de responsabilidad: la laboral y la subsistencia cotidiana en el cuidado de los hijos y sus imprevistos.
Incluso en las circunstancias en que las mujeres con responsabilidad de su familia puedan tener un ingreso económico estable, tendríamos todavía que analizar si éste cubre la línea mínima de los indicadores de la pobreza. Si el ingreso per cápita, que en el caso de las mujeres solas es, desde luego, solamente uno —porque no hay economías complementarias—, es poco probable que alcance el límite de la canasta de consumo normativa o básica para la atención de la mínima alimentación de acuerdo con el número y edad de los hijos. La realidad es que, en una elevada tasa, esta realidad toca los límites infrahumanos del hambre y la desnutrición crónica aun en menores de cinco años —por falta de yodo, hierro y micronutrientes proteínicos—, lo cual genera una base precaria a nivel de salud y educación como punto de partida para cualquier desarrollo.
Las variables de los rostros de pobreza en la mayoría de los hogares a cargo de una mujer son infinitas no existe una realidad fija. A la par van de la mano otros factores que pueden resultar invisibilizados, pero que son igualmente reales, como la esperanza de reconciliación con la pareja o la posibilidad de encontrar el apoyo masculino —afectivo y económico— en otra nueva pareja o en uniones libres y parejas que entran y salen. Alternativas, todas, como vía resolutiva de la desesperanza y minusvalía real y aprendida.
Esta minusvalía real y aprendida constituye un binomio vertebral en la mujer a cargo de su familia, sujeta también a múltiples cambios a través del curso del tiempo del ciclo de vida de ella y de sus hijos como núcleo familiar. Analizaremos a continuación los cambios referentes a las redes de apoyo y sus vicisitudes, como organización de las vinculaciones en la dinámica familiar y la posibilidad evolutiva de las personas.
Vicisitudes
El factor tiempo resulta crucial para poder entender los procesos que concurren en las familias a cargo de una mujer en su ciclo de desarrollo. Por una parte, para que una familia se constituya como tal se requiere que tenga una permanencia suficiente en el tiempo, de manera que la dinámica familiar, las estrategias de sobrevivencia y el ejercicio de la autoridad y maternidad en su complejidad inherente adopten nuevas reglas de convivencia.
Esas reglas de convivencia incluyen también superar las crisis y los duelos que tuvieron que vivirse en la definición de ese nuevo estilo de familia. Por mencionar ejemplos, el duelo de la pérdida en el caso de una viuda, la ausencia del padre en caso de migración, encarcelamiento y penalización, o las huellas de la ruptura, como la agresión y violencia en las condiciones del divorcio. La posibilidad resolutiva de estos duelos genera una vinculación más flexible y adaptable entre sus miembros y también en los procesos de vinculación y socialización más amplios. La no resolución genera mayor desamparo y sujeción al pasado.
Sin embargo, el estilo de vida nunca presenta una línea recta, porque los estilos de organización en la familia se ven influidos por un sinnúmero de factores: nexos familiares, como los apoyos de la familia extensa hacia la familia de la hija o la atención y apoyo que la hija preste hacia sus padres y demás familiares ancianos, y otras búsquedas de opciones de vivienda compartida, como recursos de mutuo apoyo para solventar el sinnúmero de necesidades.
En las culturas latinas, ya sea por idiosincrasia familiar y por limitaciones económicas, y también por carencia de apoyos institucionales, las mujeres mayores —como las abuelas o las tías— suelen constituir un apoyo en la crianza de las nuevas generaciones.
Muchos de estos recursos son muy saludables en esas mutuas ayudas; por ejemplo, una abuela se conserva vital y con un nuevo sentido en la vida al constituir un apoyo para la hija, tanto en su logro laboral como en la ayuda para sus nietos. Además de que la economía en el gasto de la vivienda (apoyos para las enfermedades y en la alimentación) es compartida al sumarse a la familia extensa.
Sin embargo, estas alternativas de ayuda pueden presentar otros riesgos a considerar, como:
una abuela que se encuentre extenuada y con lazos afectivos débiles hacia sus nietos, y que tiene que asumirlos, pero no puede atenderlos debidamente por su condición de vejez.
la generación más joven y los mismos adultos tienen confusiones de autoridad en sus funciones jerárquicas. La abuela o los abuelos se constituyen en medio papás, muchas veces repitiendo la misma conflictiva histórica que ya se había vivido, quedando los nietos bajo esos conflictos acumulados, difíciles de resolver para la madre, como hija y como mamá de sus niños.
la autoridad de la madre, que de hecho tiene ya sus propias dificultades, se ve supeditada a otras figuras que representan confusión, tanto afectiva como en su función de autoridad competente.
la madre puede encontrarse en una situación de inseguridad extrema hacia el futuro, de manera que sean los ancianos o la abuela quienes asuman las funciones de responsabilidad con mayores limitaciones.
Presencia de alcoholismo y/o violencia.
Agresión o desprecio hacia la hija-madre que vuelve a la familia de origen, o el opuesto de extrema sobreprotección.
Otra forma de susbsistencia de los hogares a cargo de una mujer es compartir la vivienda y cohabitar con otras personas ajenas, sin liga de parentesco, conformando redes de apoyo con diversa calidad o minusvalía en sus condiciones de vida.
Los hijos en esas redes de apoyo ganan en convivencia con familiares, niños de su edad, primos y demás parientes o cercanos, ampliando de esta manera sus procesos de socialización, aunque pueden también quedar expuestos a otra gama de confusiones en esa multiplicidad de roles y de posibles situaciones caóticas que derivan en el menoscabo de su autonomía.
La carencia de apoyos institucionales en los países en desventaja da lugar a que en la misma sociedad se conformen ciertas instituciones que pueden servir de apoyo intermedio para los hogares a cargo de una mujer —formas de tutela transitorias—, como internados, escuelas o familias alternativas que prestan apoyo temporal, donde los hijos pasan a otros hogares sustitutos por tiempos parciales.
Asimismo, en ciertos grupos étnicos y sociales, se generan alternativas de apoyo y modos de subsistencia compartidos, como organizaciones vecinales y comunitarias que presentan mecanismos alternativos de autorregulación y apoyo.
Una alternativa más que debe ser analizada en esa línea del tiempo en que se cursa el ciclo vital de los hogares a cargo de una mujer es la posibilidad de cambios en la estructura familiar por reingreso del padre, o por una nueva pareja o la constitución de una familia reconstituida con otro nuevo cónyuge y sus hijos.
Las vinculaciones en la familia y su ordenamiento tienen un papel crucial en el aprendizaje de identidad de las personas: es ahí, en las interacciones, donde aprendemos quiénes somos, qué pensamos de nosotros mismos, cuáles son nuestros permisos de funcionamiento y de valoración personal. Aprendemos también a tener voz o a claudicar a pronunciarnos, y por lo tanto a poder comprendernos en lo que pensamos y sentimos, para ir hacia los otros.
La familia es la escuela del afecto donde aprendemos a vincularnos para caminar en la vida hacia los posteriores procesos de nuevas vinculaciones y socialización. Sin embargo, la familia es también donde se cimientan, se ejercen y se transmiten las relaciones de fuerza desequilibradas, y el molde donde se cristalizan los aprendizajes de dominio y sumisión.
Las vicisitudes en las vinculaciones que se presentan en las familias a cargo de una mujer son otro rostro de dificultad de estos hogares. La calidad de las vinculaciones, en sus funciones de soporte y conformación de identidades, significa generar salud o enfermedad, bienestar o angustia, nuevos órdenes de convivencia o caos interno y social para las personas.
El conjunto de vinculaciones factibles en el curso del ciclo de la familia a cargo de una mujer son, cada una y en su conjunto, las rutas de salida para tratar de solucionar sus diversos retos, en cada etapa del ciclo de su desarrollo.
La descripción presentada no constituye un esquema generalizante; son esbozos y variaciones múltiples de una realidad que es distinta en cada situación particular. Sin embargo, cada familia, de cualquier estilo, tiene unas metas existenciales a cumplir: la autonomía y diferenciación ordenada de sus miembros, para que ellos, “hacia el futuro”, puedan vincularse en su propia familia, en sus redes y en la conformación de sociedades que busquen el bien común, en las subsecuentes transformaciones sociales. Las generaciones actuales somos las que estamos a cargo de ese futuro.
El amor y el bien común
Nobleza obliga
Don Quijote a Sancho
En la red de la vida y del tiempo, la familia, pese a sus grandes contradicciones como organización social, da lugar al centro amoroso de las metas existenciales de los hombres y las mujeres. Es la escuela del amor, más allá de las épocas, más allá de sus cambiantes estilos y conformaciones que varían y continuarán variando al compás de las diversas organizaciones de las sociedades, es decir, de todas las búsquedas humanas.
Aprender a amar es la meta de la humanidad, y sus vehículos son infinitos. La familia es, sin lugar a dudas, ese centro donde aprendemos acerca de las facetas del amor y el desamor en todos sus contrastes, que nos aproximan con lo ideal y con lo real, con la ruptura y el reencuentro, con la suavidad y con la violencia. Los colores de la existencia nos llevan de la mano a comprender que los contrastes no son excluyentes, sino la unidad en sus diversos órdenes que vamos pudiendo comprender de manera pausada a través del tiempo de nuestra vida, también para vivificarnos.
Aprender a amar de manera realista nos hace crecer, nos hace alcanzar nuevas comprensiones acerca de nosotros mismos y de la realidad de muchos más. Amar la realidad tal como es nos invita a comprenderla, nos invita a comprometernos y a inventar cada día formas de llevar a cabo esos compromisos realistamente amorosos.
Las metas de cualquier familia llevan en sí mismas la creación y tutela de las nuevas generaciones, que son a fin de cuentas los futuros ciudadanos de nuestra sociedad. La meta futura de la familia se ve reflejada en las nuevas generaciones, en su autonomía, en la capacidad de diferenciación de sus miembros que se constituye a través de la vida cotidiana, desde luego de cada familia. Mas no basta, porque cada familia pertenece a nuestra familia social y por tanto nos implica y nos pertenece.
“Nobleza obliga”: para aprender a amar a esos dos linajes que hay en el mundo, que son “el tener y el no tener”, todos nos pertenecen, y a ellos pertenecemos, en el compromiso y aprendizaje del amor.
Preguntas para la reflexión
- ¿Cuál es mi estilo de pensar y relacionarme con madres solteras, divorciadas y viudas?
- ¿Qué nuevas luces me da este artículo para involucrarme de manera comprometida con los miembros de una familia a cargo de una mujer?
- ¿En qué medida crees que es un problema compaginar la vida familiar y laboral para una mujer?
- Si en mi profesión o posición en la vida, ejerzo algún tipo de relación de ayuda (pastor, maestro, terapeuta, etcétera) ¿Qué me aporta la lectura de este artículo?
- Si yo fuera gobernante o tuviera un cargo de poder social. ¿Qué mecanismos implementaría para apoyar a las personas pertenecientes a estos estilos de familia?
- Bibliografía recomendada
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Camps, Victoria. (1993). Virtudes públicas, virtudes privadas. España: Espasa Calpe.
Camps, Victoria. (2000). El siglo de las mujeres. Madrid: Feminismos. Cátedra.
Fernández, Ana Ma. (1993). La mujer de la ilusión. Barcelona: Paidós.
Feijoo, Ma del Carmen. (2001). Nuevo país, nueva pobreza. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Sen, Amartya. (1989). Sobre ética y economía. Madrid: Alianza.
Sen, Amartya. (1997). Bienestar, justicia y mercado. Barcelona: Paidós.