Alicia

Alicia

Estudiante de diseño 21 años.

Ya no eres un adolescente y tampoco eres un adulto. Como en todas la etapas de la vida, tienes todavía características de la anterior y también de la próxima etapa, dado que el crecer es un proceso continuo.

En este caso, la moda y nuestra realidad cambian muy rápido. Por un lado, está el individualismo, el vivir al borde de la adrenalina y probar de todo, viajes, sexo, drogas, etc., actuando como un adolescente y, a la vez, con las necesidades de un adulto, independencia, espacio, autosuficiencia y una compañía más profunda. Eso es ser joven, es un contraste muy intenso.

Estamos creciendo en un ambiente de competencia. La preparación, en todos los sentidos, es para “ser el mejor”. La preparación a nivel profesional alarga la realización de tus planes de vida, a pesar de tus necesidades.

Por otro lado, por parte de los adultos hay una gran presión sobre nosotros porque tenemos que ser mejores que ellos porque ahora tenemos muchas más herramientas, más conocimiento, más posibilidades, y, aunque suene algo trillado, la ecología es un tema que nos interesa mucho a los jóvenes: por ejemplo, el agua… “¡cuidado, se están acabando el agua!” …¡¿quiénes?!!… ¿nosotros?!!!

Yo me siento con tal responsabilidad de hacer las cosas bien, que nunca considero estar lista. Mientras más grande, más miedo al compromiso de cualquier tipo: trabajo, estudios, pareja, amistad o familia.

Como mujeres, nosotras sentimos que, en este momento de nuestras vidas, lo más indeseable es estar embarazada porque al fin y al cabo es una responsabilidad. Nosotras como mujeres estamos viviendo la liberación sexual, la cual supone que puede haber igualdad de responsabilidades. Pero, para ser honesta, es un poco confuso, darme cuenta que este cambio es más propio del sexo femenino. Uno lo nota porque los hombres, en el fondo, esperan casarse con una virgen o, cuando menos, ser el único en la vida sexual de ella, y hay momentos en los que se escandalizan de que nosotras nos comportemos igual que ellos. Todos estamos aprendiendo a la vez.

También está la educación de nuestro padres que, en ocasiones, nos predispone a hacer juicios sobre nosotros mismo. Nuestra educación o, al menos, mi experiencia personal fue a base de mucha amenaza. Por ejemplo, recuerdo que mi mamá una vez me dijo. -¡A las que no son vírgenes no las quieren igual!- Yo ya no era virgen y me sentí muy mal conmigo misma…, que no valía igual.

Como mujer, tal vez suene algo fuerte, cuando sepan la edad que tenía, y tal vez yo ya no esté tan de acuerdo, pero estoy siendo lo más honesta posible. Yo como mujer… a mis 18 años, ya tenía la necesidad de compartir una relación sexual con mi pareja: de “hacer el amor”. La situación es que se crean unas confusiones y culpas alrededor de las cosas que son naturales.

Pasando el tiempo, hablando con mi mamá a esta edad, le pregunté de qué se sorprendía si ella a mi edad ya estaba casada. Las necesidades de mujer son las mismas. Es sólo que las circunstancias son diferentes y, para que pueda mantenerme yo sola y tener un trabajo estable, me implica mínimo una preparación hasta los 24 años.

Retomando el tema, la educación que nos dieron de pequeños, es la edad en que te notas comportándote igual que tus padres y reaccionando igual que ellos ante algunas situaciones, lo más cómico es que son las cosas que más te molestan de ellos. Por lo tanto, entras en una etapa de decidir qué vas a tomar de tu educación de niño, y qué vas a dejar ir porque en tu realidad ya no funciona o, simplemente, no estás de acuerdo con esa forma de comportamiento.

Tenemos mucha libertad, tanto espacio, y la sensación de tanto poder sobre uno mismo, que, a la vez, da algo de miedo equivocarse, pero no sé a profundidad por qué le tengamos tanto miedo al fracaso, ya que eso es algo muy humano y no es algo propio de esta generación, es parte de ser humano.

Aunque no niego también un miedo general a ser responsable. Porque aunque vivimos muchas cosas mucho antes que nuestros padres en su época y tenemos todas las posibilidades de ser más auténticos, y eso te da mucha libertad personal y, a la vez, son más responsabilidades.

Debo reconocer que, aunque ahora tenemos más probabilidad de probar nuevas experiencias, comparar y elegir dentro de tantos caminos, no son totalmente maduros

Ya no eres un adolescente y tampoco eres un adulto. Como en todas la etapas de la vida, tienes todavía características de la anterior y también de la próxima etapa, dado que el crecer es un proceso continuo.

En este caso, la moda y nuestra realidad cambian muy rápido. Por un lado, está el individualismo, el vivir al borde de la adrenalina y probar de todo, viajes, sexo, drogas, etc., actuando como un adolescente y, a la vez, con las necesidades de un adulto, independencia, espacio, autosuficiencia y una compañía más profunda. Eso es ser joven, es un contraste muy intenso.

Estamos creciendo en un ambiente de competencia. La preparación, en todos los sentidos, es para “ser el mejor”. La preparación a nivel profesional alarga la realización de tus planes de vida, a pesar de tus necesidades.

Por otro lado, por parte de los adultos hay una gran presión sobre nosotros porque tenemos que ser mejores que ellos porque ahora tenemos muchas más herramientas, más conocimiento, más posibilidades, y, aunque suene algo trillado, la ecología es un tema que nos interesa mucho a los jóvenes: por ejemplo, el agua… “¡cuidado, se están acabando el agua!” …¡¿quiénes?!!… ¿nosotros?!!!

Yo me siento con tal responsabilidad de hacer las cosas bien, que nunca considero estar lista. Mientras más grande, más miedo al compromiso de cualquier tipo: trabajo, estudios, pareja, amistad o familia.

Como mujeres, nosotras sentimos que, en este momento de nuestras vidas, lo más indeseable es estar embarazada porque al fin y al cabo es una responsabilidad. Nosotras como mujeres estamos viviendo la liberación sexual, la cual supone que puede haber igualdad de responsabilidades. Pero, para ser honesta, es un poco confuso, darme cuenta que este cambio es más propio del sexo femenino. Uno lo nota porque los hombres, en el fondo, esperan casarse con una virgen o, cuando menos, ser el único en la vida sexual de ella, y hay momentos en los que se escandalizan de que nosotras nos comportemos igual que ellos. Todos estamos aprendiendo a la vez.

También está la educación de nuestro padres que, en ocasiones, nos predispone a hacer juicios sobre nosotros mismo. Nuestra educación o, al menos, mi experiencia personal fue a base de mucha amenaza. Por ejemplo, recuerdo que mi mamá una vez me dijo. -¡A las que no son vírgenes no las quieren igual!- Yo ya no era virgen y me sentí muy mal conmigo misma…, que no valía igual.

Como mujer, tal vez suene algo fuerte, cuando sepan la edad que tenía, y tal vez yo ya no esté tan de acuerdo, pero estoy siendo lo más honesta posible. Yo como mujer… a mis 18 años, ya tenía la necesidad de compartir una relación sexual con mi pareja: de “hacer el amor”. La situación es que se crean unas confusiones y culpas alrededor de las cosas que son naturales.

Pasando el tiempo, hablando con mi mamá a esta edad, le pregunté de qué se sorprendía si ella a mi edad ya estaba casada. Las necesidades de mujer son las mismas. Es sólo que las circunstancias son diferentes y, para que pueda mantenerme yo sola y tener un trabajo estable, me implica mínimo una preparación hasta los 24 años.

Retomando el tema, la educación que nos dieron de pequeños, es la edad en que te notas comportándote igual que tus padres y reaccionando igual que ellos ante algunas situaciones, lo más cómico es que son las cosas que más te molestan de ellos. Por lo tanto, entras en una etapa de decidir qué vas a tomar de tu educación de niño, y qué vas a dejar ir porque en tu realidad ya no funciona o, simplemente, no estás de acuerdo con esa forma de comportamiento.

Tenemos mucha libertad, tanto espacio, y la sensación de tanto poder sobre uno mismo, que, a la vez, da algo de miedo equivocarse, pero no sé a profundidad por qué le tengamos tanto miedo al fracaso, ya que eso es algo muy humano y no es algo propio de esta generación, es parte de ser humano.

Aunque no niego también un miedo general a ser responsable. Porque aunque vivimos muchas cosas mucho antes que nuestros padres en su época y tenemos todas las posibilidades de ser más auténticos, y eso te da mucha libertad personal y, a la vez, son más responsabilidades.

Debo reconocer que, aunque ahora tenemos más probabilidad de probar nuevas experiencias, comparar y elegir dentro de tantos caminos, no son totalmente maduros.
Estudiante de diseño, 21 años.

Ya no eres un adolescente y tampoco eres un adulto. Como en todas la etapas de la vida, tienes todavía características de la anterior y también de la próxima etapa, dado que el crecer es un proceso continuo.

En este caso, la moda y nuestra realidad cambian muy rápido. Por un lado, está el individualismo, el vivir al borde de la adrenalina y probar de todo, viajes, sexo, drogas, etc., actuando como un adolescente y, a la vez, con las necesidades de un adulto, independencia, espacio, autosuficiencia y una compañía más profunda. Eso es ser joven, es un contraste muy intenso.

Estamos creciendo en un ambiente de competencia. La preparación, en todos los sentidos, es para “ser el mejor”. La preparación a nivel profesional alarga la realización de tus planes de vida, a pesar de tus necesidades.

Por otro lado, por parte de los adultos hay una gran presión sobre nosotros porque tenemos que ser mejores que ellos porque ahora tenemos muchas más herramientas, más conocimiento, más posibilidades, y, aunque suene algo trillado, la ecología es un tema que nos interesa mucho a los jóvenes: por ejemplo, el agua… “¡cuidado, se están acabando el agua!” …¡¿quiénes?!!… ¿nosotros?!!!

Yo me siento con tal responsabilidad de hacer las cosas bien, que nunca considero estar lista. Mientras más grande, más miedo al compromiso de cualquier tipo: trabajo, estudios, pareja, amistad o familia.

Como mujeres, nosotras sentimos que, en este momento de nuestras vidas, lo más indeseable es estar embarazada porque al fin y al cabo es una responsabilidad. Nosotras como mujeres estamos viviendo la liberación sexual, la cual supone que puede haber igualdad de responsabilidades. Pero, para ser honesta, es un poco confuso, darme cuenta que este cambio es más propio del sexo femenino. Uno lo nota porque los hombres, en el fondo, esperan casarse con una virgen o, cuando menos, ser el único en la vida sexual de ella, y hay momentos en los que se escandalizan de que nosotras nos comportemos igual que ellos. Todos estamos aprendiendo a la vez.

También está la educación de nuestro padres que, en ocasiones, nos predispone a hacer juicios sobre nosotros mismo. Nuestra educación o, al menos, mi experiencia personal fue a base de mucha amenaza. Por ejemplo, recuerdo que mi mamá una vez me dijo. -¡A las que no son vírgenes no las quieren igual!- Yo ya no era virgen y me sentí muy mal conmigo misma…, que no valía igual.

Como mujer, tal vez suene algo fuerte, cuando sepan la edad que tenía, y tal vez yo ya no esté tan de acuerdo, pero estoy siendo lo más honesta posible. Yo como mujer… a mis 18 años, ya tenía la necesidad de compartir una relación sexual con mi pareja: de “hacer el amor”. La situación es que se crean unas confusiones y culpas alrededor de las cosas que son naturales.

Pasando el tiempo, hablando con mi mamá a esta edad, le pregunté de qué se sorprendía si ella a mi edad ya estaba casada. Las necesidades de mujer son las mismas. Es sólo que las circunstancias son diferentes y, para que pueda mantenerme yo sola y tener un trabajo estable, me implica mínimo una preparación hasta los 24 años.

Retomando el tema, la educación que nos dieron de pequeños, es la edad en que te notas comportándote igual que tus padres y reaccionando igual que ellos ante algunas situaciones, lo más cómico es que son las cosas que más te molestan de ellos. Por lo tanto, entras en una etapa de decidir qué vas a tomar de tu educación de niño, y qué vas a dejar ir porque en tu realidad ya no funciona o, simplemente, no estás de acuerdo con esa forma de comportamiento.

Tenemos mucha libertad, tanto espacio, y la sensación de tanto poder sobre uno mismo, que, a la vez, da algo de miedo equivocarse, pero no sé a profundidad por qué le tengamos tanto miedo al fracaso, ya que eso es algo muy humano y no es algo propio de esta generación, es parte de ser humano.

Aunque no niego también un miedo general a ser responsable. Porque aunque vivimos muchas cosas mucho antes que nuestros padres en su época y tenemos todas las posibilidades de ser más auténticos, y eso te da mucha libertad personal y, a la vez, son más responsabilidades.

Debo reconocer que, aunque ahora tenemos más probabilidad de probar nuevas experiencias, comparar y elegir dentro de tantos caminos, no son totalmente maduros.

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